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Día de la ira y del diálogo

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El Papa no  ha podido ocultar su dolor, ante la tergiversación de sus palabras y la violenta, injusta y desmedida reacción en muchos países musulmanes.

 

Benedicto XVI ha probado estos días el peso de la cruz, que llevó el divino Maestro y en la que murió  Jesús, por salvar a todos los hombres. Ser testigo de la Verdad conlleva dolor, amarguras y  a veces la entrega de la vida.

El Papa no  ha podido ocultar su dolor, ante la tergiversación de sus palabras y la violenta, injusta y desmedida reacción en muchos países  musulmanes: Una misionera asesinada, iglesias cristianas atacadas e incendiadas, tres católicos ejecutados e  insultos, amenazas, gritos, quema de su efigie y manifestaciones anti papales en muchos lugares.

A toda esta sinrazón, hay que sumar la cobardía, el silencio y hasta la inculpación de algunos dirigentes occidentales, desafectos a la persona que encarna  y es el máximo referente global de los valores y de  la civilización cristiana.

Por nada tiene el Papa que arrepentirse al defender su tesis de que la religión ha de ir unida a la razón y no a la violencia y que no es conforme al querer del único Dios, imponer la fe con la guerra o las armas. La  opción del Papa está claramente  a favor del diálogo interreligioso e intercultural, de la cooperación entre religiones en pro de la justicia, la paz y los derechos humanos.

Mientras en muchos lugares "se celebraba el día de la ira", Benedicto XVI ha convocado en Castel Gandolfo a todos los embajadores de países musulmanes  acreditados ante la Santa Sede, para  celebrar "el día del diálogo".

Hoy más que nunca el Papa necesita estar arropado por el cariño, el amor y la oración de todos los católicos del mundo Oremos para que el Espíritu Santo le ilumine y le fortalezca al frente  de la Iglesia y de la paz en todo el mundo.