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Iglesia y política

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Nuestro primer mandato es amar a Dios; pero el segundo es amar, o sea, servir a los hombres. 

 


Carta a un sacerdote

Mi querido y estimado amigo:

Ya se que este escrito  no es estrictamente religioso, como tú prefieres; pero también se que toda actividad humana tiene una dimensión religiosa que hay que tener en cuenta. La expresión : “ La Iglesia no debe meterse en política” es correcta en principio, pero puede convertirse en un grave pecado mortal.

Especialmente, cuando la inhibición de los católicos o de su jerarquía da lugar a que los puestos de responsabilidad social  los ocupen los enemigos de la Iglesia. Un sólo ministro de Educación o de Cultura puede hacer más bien- o más daño-  a la Iglesia que las oraciones y las misas de todos los curas de España durante un año.  El futuro del catolicismo en España tendrá mucho que ver con la política en curso e, indudablemente, lo que pase en España repercutirá de alguna forma en Hispano-América. ¡ Demasiada responsabilidad !

Nuestro primer mandato es amar a Dios; pero el segundo es amar, o sea, servir a los hombres. Y, sin duda, el destino de los hombres en el mundo viene marcado en gran parte por la política. Ignorarla o despreciarla es enterrar el talento que nos ha dado el Señor, y por él nos pedirá cuenta. Durante demasiado tiempo la Iglesia ha estado y sigue estando a la defensiva. Extender el Reino de Dios no se hace sin pasar a la ofensiva, como hicieron los Apóstoles y San Pablo. El Señor dijo:“ No temas, sino habla y no calles, que Yo estoy contigo”

Se podrá discutir la forma de intervenir en política, lo que es indiscutible es que tenemos que intervenir, u otros lo harán por nosotros, y estos arrimarán el fuego a su sardina, no a la nuestra. ¿Cómo? Con las armas de siempre: Con el Evangelio,  la Cruz, la Oración  y sobre todo con el amor al prójimo.  Pero, el amor no excluye la energía, ni la intransigencia cuando haya que defender al rebaño.

Alguna vez dijimos que la guerra es algo demasiado serio para dejarla en las manos sólas de los generales. La política no es menos seria para dejarla en manos de políticos sectarios, radicales e iluminados, de los que tenemos una buena cosecha. Tampoco los católicos de a pié podemos dejar toda la tarea en manos de nuestros sacerdotes, ni estos pretender que pueden dirigirlo y hacerlo todo sin la  colaboración de los laicos.

Algo tendremos que hacer los españolitos de a pié, o esto que aún llamamos España, “nación católica”, según dicen algunos,  se nos va a ir al carajo. ¡Ojalá nos equivoquemos! Pero la cosa huele a chamusquina.