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Amar a los demás como Jesús nos enseñó

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La Iglesia enseña sobre el amor al prójimo, y este amor se manifiesta en un profundo “sí” a la vida humana.

 

Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús cuál era el más importante de los mandamientos, estaban en realidad lanzando lo que en baseball se llamaría una “curb ball.”

La pregunta de los fariseos, que aparece en el Evangelio de San Mateo, en el capítulo 22; tenía la intención de avergonzar a Jesús o por lo menos ponerlo en aprietos, pues los fariseos contaban más de 700 normas, leyes y preceptos que debían ser cumplidos fiel y estrictamente por todo buen judío. Era pues casi imposible decir cuál era el primer mandamiento para cualquier maestro de la ley.

Jesucristo, sin embargo, va directamente al grano, y sintetiza toda la ley con una respuesta contundente: “el principal de los preceptos es éste: Amarás a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda tu mente”.

De esta forma, Jesús había respondido exitosamente, dejando a los fariseos sin argumentos.

Sin embargo, Jesús no se detiene allí: no sólo ofrece cuál es el primero de los mandamientos, sino que agrega: “el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Nadie le había preguntado a Jesús cuál era el segundo mandamiento; sin embargo, Él decide proponerlo. De esta forma, Jesús establece algo fundamental para la vida cristiana: la íntima relación que existe entre el amor a Dios y el amor al prójimo.

San Juan nos señala, en su carta, la importancia de la relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo: “el que no ama a su hermano a quien ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve” (I Jn 4,20).

Esto quiere decir que para nosotros, los católicos, las dos tablas de la ley que contienen los diez mandamientos están íntimamente unidas: los tres primeros mandamientos referidos a Dios, conducen naturalmente a los otros siete que se refieren a nuestra relación con los hermanos: Honrarás a tu padre y a tu madre, no matarás, no cometerás actos impuros, no robarás, no darás falso testimonio ni mentirás, no consentirás pensamientos ni deseos impuros, no codiciarás los bienes ajenos.

Durante un encuentro con jóvenes de la ciudad de Roma, el Siervo de Dios Juan Pablo II señalaba que aunque los mandamientos aparecen de manera negativa con la fórmula “no”, en realidad en su conjunto constituyen un gran “sí” a la vida: es un “sí” al amor, un “sí” a todo ser humano.

El Papa Benedicto XVI, quien también comparte esta comprensión positiva de los mandamientos, recientemente ha señalado que muchos tienen una idea equivocada sobre el catolicismo, entendiéndolo como ‘una serie de prohibiciones’, y luego enfatizó la necesidad de ser audaces al hablar de la “alegría que implica seguir a Cristo y vivir de acuerdo con sus mandamientos”, pues, como decía San Agustín, “nuestro corazón ha sido creado para el Señor, y estará inquieto hasta que descanse en él”.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia es una herramienta valiosa para comprender cuál es el alcance de estos siete mandamientos: desde el papel de la familia hasta la búsqueda de la paz en el mundo; pasando por la pureza y el verdadero sentido de la sexualidad humana.

Por eso, quien desea comprender mejor lo que la Iglesia enseña sobre el amor al prójimo, y cómo este amor se manifiesta en un profundo “sí” a la vida humana, no debería dejar de revisar el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, especialmente los puntos que van del 455 al 533.

El Compendio nos explica la razón que nos lleva a respetar la vida y la dignidad de los demás: “La vida humana ha de ser respetada porque es sagrada. Desde el comienzo supone la acción creadora de Dios y permanece para siempre en una relación especial con el Creador, su único fin. (Compendio 466).

Con la mirada puesta en Dios, amemos al prójimo no sólo como a nosotros mismos, sino como Jesús mismo nos ha amado.

A Él y a su Santa Madre nos encomendamos para ser verdaderos testigos del amor que Dios nos tiene y que ha derramado abundantemente sobre nosotros.