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¡Que todos sean uno!

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El viernes 14 de marzo, cerca de Roma falleció una de las mujeres consideradas más importantes del cristianismo de las últimas décadas. Chiara Lubich, fundadora de la “Obra de María”, movimiento conocido como Los Focolares.

El viernes 14 de marzo, cerca de Roma falleció una de las mujeres consideradas más importantes del cristianismo de las últimas décadas. Chiara Lubich, fundadora de la “Obra de María”, movimiento conocido como Los Focolares, nació el 22 de enero de 1920. Concluye sus estudios en Filosofía en la Universidad de Venecia y después con poco más de veinte años, en Trento, Italia, nace el movimiento siendo ella profesora de primaria. El inicio del Movimiento queda marcado con su consagración a Dios el 7 de diciembre de 1943. Su familia huye de Trento durante la Segunda Guerra Mundial por los terribles bombardeos pero ella se queda en la ciudad y la particular experiencia con una madre que ha perdido a sus cuatro hijos – a quien ha abrazado- le muestra la más poderosa revolución social: el amor.

Entre los años 1948 y 1949 conoce a quienes serán sus primeros colaboradores –un laico y el primer sacerdote del movimiento-. En 1956 surgen los <voluntarios>, rama del movimiento que está integrada por personas de diferentes ámbitos sociales como: docencia, política, economía, etc. Entre otros numerosos reconocimientos por su labor a favor de la unidad, en París la UNESCO le confiere el Premio por la Educación para la Paz 1996. Poco tiempo después se convierte en la primera mujer católica que habla a musulmanes y budistas. Los Focolares se han extendido por 182 países con millones de adherentes. Su mensaje es claro: «amar a fondo y hablar poco» para «ser» más que aparecer. En un escrito –considerado testamento espiritual y publicado por la revista “Ciudad Nueva el 15 de  diciembre de 1959”- de Chiara, se lee lo siguiente: “<<Ser uno, como Jesús es uno con el Padre>> (Cf Jn 17,21) ¿Pero qué significaba? –se pregunta ella- No se entendía mucho, pero sí que debía ser algo grande. Fue por eso que un día, unidas en el Nombre de Jesús, alrededor de un altar, le pedimos que nos enseñara él a vivir esta verdad. Él sabía lo que significaba y sólo él nos habría podido abrir el secreto para realizarla” Toda su espiritualidad estuvo en torno a la unidad, y sabía que tal unidad tendría consecuencias en la Iglesia y en el mundo. Escribía: “La conversión del mundo que nos rodeaba habría sido la consecuencia de nuestra unidad. Era tal vez por eso que, ya desde los albores del Movimiento, muchas almas volvían a Dios, sin que nosotros nos hubiéramos ocupado de convertirlas, sino sólo de mantener la unidad entre nosotros y de amarlas en Cristo” Ella sabía –como debemos saberlo nosotros- que la unidad en Él, es indispensable para que el mundo crea (Cf Jn 17,21)

Este acaecimiento, y las palabras de nuestra finada hermana, nos permiten reflexionar particularmente en este tiempo de gracia que estamos viviendo. Recientemente, se pedía a Dios que concediera a esta Diócesis, un Pastor justo, vigoroso, sabio. Ahora que esta porción de la Iglesia ha sido bendecida con un nuevo Obispo, es preciso voltear la moneda y pedir para el pueblo –entre otras cosas como la humildad, la obediencia y la servicialidad- la unidad. Toca ahora al pueblo de Dios, alimentado por la Eucaristía y la oración, caminar con su Pastor. “Yo les he dado la Gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí” (Jn 17, 22,23) “Esta misma unión la pidió Jesús no sólo para el pequeño grupo de discípulos reunidos en torno suyo, sino para todos los creyentes que les sucederían y para toda la Iglesia… El espectáculo de una unión perfecta entre los hombres es cosa tan insólita y ardua, que constituye el argumento más poderoso de credibilidad sobre la divinidad de Cristo y la verdad de su doctrina…” (P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, en Intimidad Divina, pág. 1150) Qué fácil es amar y querer a aquellos que piensan como nosotros –aún dentro de la Iglesia-. Es sencillo hablar de apoyo y solidaridad cuando se trata de mi grupo o del que simpatiza conmigo. Se llegará a una auténtica evangelización cuando se sobrepase el proselitismo religioso –mi grupo, mi movimiento, mi parroquia, mi espiritualidad-, pues se ocupa mucho tiempo en hablar de la unidad y tan poco en practicarla; se confunde unidad con uniformidad, y nos olvidamos de la diversidad de carismas en la Iglesia.

Escribe también el P. Gabriel: “El mundo, desgarrado por los egoísmos, más que por la presentación del mensaje evangélico, se convencerá por el milagro de una caridad capaz de superar las divergencias de toda índole…” (pág. 1151) Es preciso pedir ahora, que Dios conceda un pueblo unido en la paz y la humildad; ajeno a todo deseo de poder y protagonismo religioso; orante y servicial; que salga de sí mismo y atento a las necesidades de los demás. Dice el Concilio Vaticano II: “El Señor… abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad… El hombre… no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium Et Spes 24). Ojalá queridos hermanos, ahora que la felicidad inunda los corazones de los fieles por su nuevo pastor, también la fidelidad, la obediencia y la armonía se hagan presentes. “Así pues, busquemos lo que fomenta la paz y la concordia de unos con otros” (Rom 14,19) Así sea por intercesión de San Rafael Guízar y Santa María de Guadalupe.

Ángel Alvarado (México)