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Sobre la Carta Encíclica Dios es amor (VII)

Image Nos indica el Papa cómo el Señor nunca ha estado ausente en la historia de la Iglesia siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja, mediante su Palabra, en los Sacramentos y en la Eucaristía.

Presencia o visibilidad de Dios en el mundo.

A pesar de que nadie ha visto a Dios tal como es en sí mismo, sin embargo Dios no es del todo invisible para nosotros, no ha quedado fuera de nuestro alcance. Dios nos ha amado primero, dice la citada Carta de Juan (4,10) y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues “Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,9). Dios se ha hecho visible: en Jesús podemos ver al Padre (Jn 14,9).

Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente.

Nos indica el Papa cómo el Señor nunca ha estado ausente en la historia de la Iglesia siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja, mediante su Palabra, en los Sacramentos y en la Eucaristía.

“En la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor…Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta.” (1)

De ahí que tantas almas hayan decidido seguirle, entregarle su vida en la contemplación de Dios, de su Palabra, se hayan dedicado a la oración que no es sino tener un trato personal con Dios, como decía Santa Teresa de Jesús.

Si Dios nos ha amado tanto, a mayor conciencia de esta realidad teológica, mayor entrega del alma hacia Dios, mayor amor en el trato con el Amor mismo. De ahí el misticismo en algunos seres extáticos que se han elevado por encima del mundo y sus afanes a habitar en una cercanía íntima con Dios. Son desde luego, seres privilegiados por cuanto a lograr una cercanía con el Altísimo y seres que se han puesto realmente a escuchar a Dios y a dialogar profundamente con ÉL. A estos seres les llamamos Santos por cuanto a su cercanía con el Ser Supremo por excelencia, el dador de todos los dones, el Supremo Amor que arde en la Eucaristía, en el recogimiento de los corazones entregados y extasiados con Él y en Él, realidad divina trascendente e inmanente en los corazones de los fieles.

“El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor…Idem velle,idem nolle2querer lo mismo yrechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común.”(3)  
                                             
Nos explica cómo la historia de amor entre Dios y el hombre consiste en que esta comunión de voluntades crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: “…la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío.” (4)

“ Pero yo estoy siempre contigo,
Me tomas de la mano derecha,
Me guías según tus planes,
Me conduces tras la gloria.

¿A quién tengo yo en el cielo ?
Estando contigo no hallo gusto en la tierra.
Aunque se consuman mi cuerpo y mi mente,
Tú eres mi roca, mi lote, Dios por siempre.

Los que se alejan de ti se pierden,
Aniquilas a los que te son adúlteros.
Pero mi bien es estar junto a Dios,
He puesto mi cobijo en el Señor
A fin de proclamar tus obras.”
(Sal 73,23-28)

Ahora bien, a partir del encuentro íntimo con Dios y la comunión de voluntades que implica el sentimiento, se aprende a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Así veré al otro más allá de la apariencia exterior y captaré su anhelo interior de un gesto de amor, de atención.

“Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.”(5)

De donde se desprende la inseparable relación de amor a  Dios y amor al prójimo. Si nos falta la relación con Dios, veremos en el prójimo sólo al otro, sin reconocer en él la imagen divina. Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos”, se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación “correcta”, pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.

“Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. Los Santos – pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta- han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento”.(6)

El Papa nos remarca que ambos viven del amor de Dios que nos ha amado primero, por lo que no se trata de un Mandamiento exterior, letra muerta o sin vida, se trata más bien de la realidad viva del amor como experiencia nacida desde dentro y que se comunica a los otros.

“El amor crece a través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (1 Co 15,28).

El Papa resuelve con esta explicación teológica las contradicciones entre individuo- comunidad, entre el yo y los otros que la filosofía  intentó conciliar con la razón, en el caso de Hegel, con el lenguaje, El lenguaje del perdón del que habló un discípulo suyo Eugenio Trías y lo que éste filósofo catalán tradujo en el Tratado de la pasión como la pasión que concilia las oposiciones y logra la conciliación entre los individuos en la comunidad ya el terreno de la vida y no sólo de la abstracción racional.

Esta versión moderna de la pasión como conciliación de las oposiciones, hemos de decir que tiene una raigambre cristiana por cuanto el mismo filósofo catalán habló de una ontoteología que sustenta en última instancia su filosofía de la pasión en la que el hombre es concebido como un ser pasional. En última instancia es el Dios pasión el que sustenta y posibilita esta conciliación en el terreno de la vida sea a través del amor, sea a través de la pasión. De ahí que el filósofo juegue con el enunciado, con el inicio de la Carta de Juan y lo traduzca o interprete como “En el principio era la Pasión”.

Dios es Amor y Dios es Pasión, Amor-Pasión por su creatura y por todos los seres creados por Él.

Carta Encíclica DIOS ES AMOR del Santo Padre Benedicto XVI, p.23.
Salustio, De coniuratione Catilinae, XX,4.
(3) Op. Cit. P.24.
(4) Cf. San Agustin, Confesiones, III,6,11: CCL 27,32.
(5) Op.cit. p.25.
(6) Op. Cit. P.26.

María del Pilar Gpe. Gómez (México)