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Celebraciones de Todos los Santos y de Todos los Fieles Difuntos

La fe en Cristo Jesús nos lleva a iniciar el mes de noviembre con dos celebraciones muy significativas y arraigadas, que se complementan entre sí: el día 1º la fiesta de Todos los Santos; el día 2 la Conmemoración de los Fieles Difuntos.

En la fiesta de Todos los Santos nos alegramos con todos los que ya gozan de Dios en el cielo; entre ellos hay familiares, amigos y conocidos, personas virtuosas que han dejado un hermoso testimonio de fe. Pedimos a Dios que por intercesión de todos los santos recibamos la abundancia de la misericordia divina, encontremos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad y nos encaminemos alegres, guiados por la fe y animados por la gloria de nuestros hermanos que ya gozan de Dios.

Como preparación a esta fiesta, el Papa Francisco nos acaba de motivar a celebrar la fe en la comunión de los santos, uniéndonos como Iglesia en sus tres estados o etapas: nosotros que vivimos en esta tierra y anhelamos ser santos, nos unimos a los que ya gozan de Dios en el cielo, gozo que es eterno, o sea que no terminará jamás; pero está también la Iglesia de los santos que todavía están purgando por sus pecados, por quienes pedimos para que pronto gocen de Dios.

Como sólo nos consta quiénes ya gozan de Dios en el cielo, o sea los que la Iglesia ha canonizado; y, por otra parte, no sabemos quiénes estén todavía purgando por sus pecados o quiénes se hayan ido al infierno, el día 2 celebramos a Todos los Fieles Difuntos.

Al orar por todos los difuntos, nuestra oración nada añade a quienes ya gozan de Dios, tampoco puede modificar la situación de quienes padecen en el infierno, sólo puede beneficiar a quienes están en el purgatorio. Pero reitero que nuestro deber piadoso es unirnos en oración por los difuntos, familiares o desconocidos, que han muerto con la esperanza de resucitar para Dios, y cuya situación sólo Dios conoce; que Dios haya perdonado sus pecados, les perdone el sufrimiento que aún estén purgando y pasen a gozar con Dios por toda la eternidad.

Estas dos fiestas cristianas tienen un hondo y exquisito sentido de unión con Dios y con nuestro prójimo, en circunstancias extremas en torno a la muerte, pero a fin de que ésta sea un paso a la vida plena, que es el gozo eterno con Dios.

Así como oramos por los difuntos, también oremos por nosotros, aún peregrinos en esta vida terrena. El Papa ha exclamado con vivacidad: “¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridades, desorientaciones e incluso dudas en el camino de la fe? Todos, todos hemos experimentado esto, yo también –dice explícitamente el Papa-. Y continúa: Es parte del camino de la fe, es parte de nuestra vida. Todo esto no debe de sorprendernos, porque somos seres humanos, marcados por la fragilidad y las limitaciones.” De esta manera, el Papa nos motiva a que pidamos la ayuda de Dios, pidamos ayuda a los demás y también la ofrezcamos.

Esta es la comunión de los santos, en que todos nos ayudamos mutuamente, en que Dios nos ayuda por la intercesión de los santos glorificados y en que oramos por los que están en el purgatorio.

La comunión de los santos, o sea de las personas santas, nos lleva a la comunión de las cosas santas. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la Iglesia en sus primeros años, que “todo lo tenían en común” (4,32), lo material y lo espiritual, con la disposición diligente para compartir lo propio con los necesitados, de modo que en verdad lo tenían todo en común. Esto incluye varios aspectos: la comunión de la fe en Dios Trino y Uno; la comunión de los sacramentos que se van recibiendo a lo largo de la vida; la comunión de los carismas, o sea de gracias especiales que el Espíritu Santo concede a las personas para el provecho común; la comunión de la caridad, de modo que si uno sufre, todos sufren con él, si uno es honrado, todos comparten su gozo (cfr. 1Corintios 12,26-27). A la comunión de lo espiritual se ha de unir la comunión de lo material: agradecidos al recibir, generosos al dar en todos los aspectos: bienes, tiempo, escucha, consejo, apoyo, fe, perdón, solidaridad.

A 31 de octubre de 2013

+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán