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La pornografía, un mal de nuestros tiempos

Quienes protagonizan, producen o consumen pornografía, haciendo mal uso de medios impresos y audiovisuales; están violando el derecho a la privacidad del cuerpo humano en su naturaleza masculina o femenina, reduciéndolo a un objeto anónimo destinado a la perversión.

Lo que está en juego, es la oferta para obtener una gratificación concupiscente que excite los instintos humanos fundamentales, que llevan a cometer actos contrarios a la naturaleza y dignidad del ser persona.

Una de las consecuencias es una grave baja de autoestima por asumir actitudes patológicas, que no reconociéndolas, induce a los involucrados a justificarse con “razonadas sin razones” en los recurrentes argumentos de: libertad, modernidad, autenticidad, arte etc. en donde pretenden inútilmente darle carta de naturalidad, cuando en realidad se está actuando contra natura. Ahí está el internet, el cine, la televisión, o la agresividad directa e injusta a la familia; en la publicidad panorámica de las calles, en las revistas exhibidas en las cajas de cobro de algunos supermercados, entre muchos ejemplos.   Ostentan todos estos medios el pasar por alto los valores humanos, despreciándolos, minimizándolos, ridiculizándolos.

Para el adicto a la pornografía, esta es una droga que requiere cada vez más de dosis mayores, que interfiere directamente en su desarrollo psicológico y moral, haciéndolo perder el sentido de la bondad o maldad de sus actos. Se encuentra gravemente impedido para adquirir vínculos profundos de verdadera entrega y compromiso en el auténtico amor humano. Es un ser desintegrado por más que lo disimule, haciendo gala de “autonomía” y “amplio criterio”.

Entienden la autonomía como una independencia absoluta de Dios, y el amplio criterio es el “yo” como único principio de valoración de los actos. Borrando del horizonte todo sentido ético.

Por ello, la pornografía desprecia el valor humano de la sexualidad ordenada al matrimonio, pervierte las relaciones entre las personas, explota a los individuos, especialmente a las mujeres y niños. Es un cáncer que daña la fibra de la sociedad al debilitar las conciencias que la van aceptando gradualmente.

La gran proliferación de este cáncer obedece a un mercantilismo, en donde el fin justifica los medios, un fin y unos medios pervertidos que usan a las personas sin importar el daño que les hacen.

Aquí está el negocio de las mafias de este mal, lograr una despersonalización y producir una masa de consumo que no piense y de decisiones de baja calidad. Una masa cautiva de poderes económicos que en su egoísmo materialista son incapaces de medir el alcance del daño. Negocios millonarios que destrozan personas, familias y sociedades completas.

Ante este fenómeno vale la pena aprender a vivir contracorriente, ya que la pornografía ha penetrado tanto la cultura que es necesario apelar al principal antídoto: sensibilizar y educar las conciencias para que desde la perspectiva de la belleza, de la vocación al amor del ser humano, prevalezcan los valores morales e intelectuales como una forma de vida familiar, por el bien social.

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