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La defensa de cristianos

El 18 de mayo de 1565, el emperador otomano Solimán el Magnífico sitió la isla de Malta, en el centro del mediterráneo oriental, con 250 embarcaciones -la flote más poderosa de aquel tiempo- a fin de penetrar a Europa por la única vía de acceso, entre el norte de África y Sicilia. Providencialmente la isla estaba en posesión de los Caballeros Hospitalarios de la Orden de Malta, extraordinarios estrategas militares que al mando del Gran Maestre de la Orden, Jean Parisot de La Valette, resistieron heroicamente al sitio.

Durante tres meses de ininterrumpidas batallas se enfrentaron 6,100 cristianos a 48,000 sarracenos. Una de las principales estrategias de los Caballeros consistió en evitar que los invasores pudiesen desembarcar, pues sabían que eso se traduciría en saqueo y destrucción. Los sarracenos se comportaron extremadamente crueles y sanguinarios con los prisioneros de guerra cristianos a quienes los amputaban de pies y manos, los desollaban vivos y los decapitaban a la vista de los demás cristianos, que desde la isla miraban las torturas sin poder hacer nada a la distancia. Por su parte, los cristianos, además de respetar los derechos de los prisioneros musulmanes, les atendían sus heridas.

Los fuertes de San Ángel y San Elmo fueron decisivos para soportar el sitio y concretar la defensa de Malta y de la Europa cristiana, con la derrota de los otomanos, únicamente explicable a partir de una intervención divina en favor de la cristiandad, pues prácticamente la proporción equivalente del enfrentamiento fue de ocho musulmanes por cada cristiano.

Tras la victoria al sitio de Malta de 1565, el papa san Pío V -elegido en 1566- vio la amenaza inminente de un ataque musulmán de mayor envergadura contra toda la Europa cristiana. Ante la imposibilidad de evitarlo, era preciso detenerlo, así que desarrolló un plan sustentado en dos estrategias: 1) Formar la Liga Santa, una alianza integrada por los príncipes católicos en defensa de la cristiandad en Europa, y 2) Mantener la presencia física del Gran Maestre Jean de La Valette en la isla de Malta, para lo que le envió una carta en la que lo conminaba a permanecer en Malta. En su carta, el Papa textualmente le pidió: “Ponga de lado la idea de abandonar la isla. Su simple presencia en Malta inflamará el coraje de los cristianos e impondrá respeto al Otomano, por el terror del nombre que lo fulminó el año pasado. Sepa que él teme a su persona más que a todos sus soldados reunidos”. Por su parte, el Gran Maestre leyó la carta del Papa delante del Consejo de la Orden, besó respetuosamente el documento pontificio, después besó el suelo de la isla, y exclamó: “La voz de tu vicario, Jesús, indica mi deber. Nos quedaremos aquí, y aquí moriremos”.

El ataque otomano se hizo presente cinco años después, en la famosa batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, en el Golfo de Lepanto o de Corinto, en el Mar Jónico, frente a la ciudad de Naupacto, en una victoria definitiva de la Liga Santa que provocó el inicio del declive del imperio otomano.

La flota otomana, comandada por Alí Bajá, Mehmed Siroco y Uluj Alí, estaba integrada por 210 galeras, 87 galeotas y 120 mil hombres. La flota de la Liga Santa, formada por el Imperio español, la República veneciana, los Estados Pontificios, la República de Génova, la Orden de Malta, el Ducado de Toscana y el Ducado de Saboya, comandada por Juan de Austria, Alvaro de Bazán, Alejandro Farnesio y Luis de Requesens por parte de España; Sebastiano Venier y Agostino Barbarigo por Venecia; Marco Antonio Colonna por los Estados Pontificios y Juan Andrea Doria por Génova; estaba integrada por 227 galeras, 6 galeazas, 76 bergantines y 98 mil hombres. Portugal y Austria se negaron a participar, en tanto que Francia pactó con los otomanos.

Tras la batalla, la flota otomana sufrió la baja de 30,000 hombres y 190 naves. La flota de la Liga Santa perdió 7,600 hombres y 12 galeras. Esta victoria se atribuye a la intercesión de la Virgen María tras los ruegos de san Pío V, quien convocó al rezo público del Santo Rosario en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, durante la batalla.

No es para alarmarse todavía, pero esta historia conviene recordarla ante la necesidad de desarrollar alguna estrategia que ponga alto a la masacre de cristianos en Medio Oriente, principalmente en Irak y Siria, y que detenga una invasión islámica yihadista -que empieza a vislumbrarse como probable- contra Europa y América, pues nadie puede asegurarnos que aquí no vendrían a crucificar y decapitar cristianos.

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