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Dios Trino, centro de nuestra vida

La Santísima Trinidad debe llegar a ser el centro de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Y no hay duda de que nuestro Dios quiere ser la fuente, el sentido, la meta y la alegría de nuestra vida. Frente a un mundo que huye de Dios, nosotros queremos y debemos cultivar en nuestra alma el hambre, el ansia y la avidez de Dios. Nuestra vida ha de ser un peregrinar permanente al corazón de Dios, un regresar progresivo al seno de la Trinidad. Aquí podemos ahora sacar muchas conclusiones y consecuencias para nuestra vida de cada día.

Si el Dios Trino es el centro de mi vida, entonces debo estar conectado permanentemente con esa fuente vital. Entonces he de cultivar mi vida de oración, hasta llegar a ese ideal sublime de “orar sin cesar” (1 Tes 5,17). ¿Qué significa? Significa adorar siempre la voluntad de Dios, responderle siempre que sí, no negarle nunca nada, estar permanentemente abierto para sus deseos.

También he de vivir, día a día, a la luz de la Fe práctica en la Divina Providencia. Esa fe me ayuda a ver a Dios en medio de la vida, detrás de los acontecimientos cotidianos, las cosas y las personas. El espíritu de fe me da la capacidad de captar el paso de Dios en mi vida, de sentirle presente instintivamente por todas partes. Me ayuda a entender mi vida como una historia de amor con Él, como una cadena de saludos y respuestas de amor mutuos.

Si Dios es el alma de mi vida, entonces debo aprender a asombrarme y admirarme de su presencia y de su actuar. Pienso que es fruto de estar enamorado de Él. Si no amo suficientemente no me asombro, no me dejo penetrar por el tú, no descubro lo maravilloso de su ser. Estoy demasiado inmerso en lo mío, demasiado preocupado por mis propias cosas.

Si fui creado “a imagen y semejanza” de Dios (Gen 1,26s.), entonces tengo que esforzarme por ser un reflejo de Él. Y ya que la esencia del Dios Trino es el amor, he de transformarme, a lo largo de mi vida, en un espejo, un transparente, un sacramento de su amor.

Si la grandeza de Dios es su amor, entonces también la grandeza mía debe ser el amor. Allí tenemos todo un programa de vida.

No soy solamente imagen de Dios. Soy también templo vivo, morada y santuario de la Trinidad. O como solía decirlo el Padre Kentenich: Soy una “pequeña iglesia de la Trinidad, consagrada y habitada por el Dios Trino” (1954 María Mutter und Erzieherin, 350). U otra imagen hermosa de él: “Tengo el cielo dentro de mí. Donde está la Trinidad está el cielo.” Y después agrega: “Nunca llegaremos a ser santos si no llegamos a tomar conciencia del Dios presente, de la Trinidad presente en nuestro interior” (Textos 2000, 102, 105). Y el Padre nos recomienda aprovechar especialmente el momento de la Santa Comunión para ello.

En conclusión, debo tomar en serio la presencia de Dios en mi Santuario Corazón. Debo visitarlo, saludarlo, conversar y conectarme permanentemente con Él. Debo adorar al Dios de mi corazón, cultivar el silencio, la oración y meditación, las jaculatorias. He de acoger y realizar sus sugerencias e inspiraciones interiores.

Si el Dios Trino es el centro de mi existencia, entonces he de sellar, en algún momento de mi vida, hasta una Alianza de amor con Él. El mismo Fundador me invita a ello: “La Alianza de amor con María debe ir haciéndose más y más una Alianza de amor con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, con el Dios Trino” (1946 Coronación de María, 87s.). Allí se cierra el ciclo de mi alianza. Allí culminan mi amor y entrega. Allí llego al centro y a la meta de mi existencia.

Preguntas para la reflexión

  1. ¿Dios Trino es realmente fuente, centro y meta de mi vida?
  2. ¿Él es el centro de mis intereses personales, de mis intereses matrimoniales y familiares?
  3. ¿Dios es el verdadero centro de mi vida, mi apostolado?

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