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La más grande vidente

Ana Catalina Emmerich es una vidente que nació a finales del siglo XVIII y a la que Jesucristo le dijo -durante un éxtasis de contemplación- que a ninguna persona le había concedido jamás tantas visiones y revelaciones como lo hizo con ella.

En la homilía en la Misa por su beatificación, el papa santo Juan Pablo II dijo que ella “contempló la dolorosa pasión de nuestro Señor Jesucristo y la experimentó en su cuerpo”. Tal vez por esto es que resulta impresionante adentrarse en los escritos de esta mujer.

Ana Catalina nació en 1774, el 8 de septiembre, en una granja muy pobre de Flamschen de la localidad de Coesfeld, en la región de Münster, en Westfalia, Alemania. Nació y creció en la pobreza, tuvo uso de razón desde el día en que nació y entendía el latín litúrgico desde el primer día que acudió a Misa. A partir de los cuatro años recibió frecuentes visitas y visiones celestiales, conversaba con el Niño Jesús y con su ángel de la guarda.

Para ayudar al sostenimiento de su casa tuvo que ser campesina, costurera y sirvienta. A los 28 años ingresó al monasterio de las Agustinas de Agnetenberg, en Dülmen, donde padeció el desprecio de las monjas por haber ingresado sin dote, por sus experiencias místicas, su ascetismo, su fervor religioso y sus dolencias.

Durante la exclaustración de 1813, tras la invasión napoleónica de Alemania, Ana Catalina fue recogida por caridad en la casa particular de una pobre viuda, en Dülmen, donde padeció varias enfermedades que se agravaron al quedar postrada en cama tras un accidente, y donde recibió los estigmas del Señor en manos y pies, en el costado, las heridas de la corona de espinas en la cabeza, y una cruz en el pecho. Desde entonces su vida fue una permanente expiación, pues además de cargar sobre sí misma los sufrimientos de otros, se ofreció a Cristo como alma-víctima por la conversión de los pecadores y en reparación por las ofensas, sacrilegios y desprecios a la Iglesia y a los sacramentos. Desde ese momento, su único alimento fue la Sagrada Eucaristía y agua.

Desde el 18 de febrero de 1818 hasta el 6 de abril de 1823 vivió de manera mística la predicación y Pasión de Jesús. Murió el 9 de febrero de 1824 a la edad de 50 años. En 1892 el obispo de Münster introdujo la causa de su beatificación y el 3 de octubre fue beatificada por el papa san Juan Pablo II.

Las revelaciones que recibió Ana Catalina Emmerich fueron escritas por Klemens Brentano, un notable poeta alemán, famoso intelectual y reconocido escritor, quien fue requerido por mandato divino para transcribir sus muchas visiones.

Todos los días él permaneció al pie de la cama de Ana Catalina para traducir del dialecto de Westphalia, en el que ella se expresaba, los relatos de sus visiones; transcribía sus palabras y le leía lo escrito para comprobar la fidelidad del relato. Tras muchos años de trabajo mutuo, él asegura: “No hallé en su fisonomía ni en su persona el menor rastro de tensión ni exaltación. Todo lo que dice es breve, simple, coherente y a la vez lleno de profundidad, amor y vida”.

La obra escrita consta de “La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, de 1833; “La vida de la santísima Virgen María”, de 1852; y los “Diarios”, publicados en varios volúmenes.

El relato de la Pasión comienza con la Última Cena y concluye con la Resurrección. El estilo del libro es muy directo, con gran fuerza, de prosa muy sobria con minuciosas descripciones concretas de personas, lugares y acontecimientos, expresadas vivamente. Su lectura atrapa de tal modo que no se puede abandonar hasta el final.

El actor y productor Mel Gibson refiere que mientras rezaba, para que Dios le iluminara sobre cómo desarrollar el guion de su película “La Pasión”, se desprendió de su biblioteca un libro de Ana Catalina que cayó en sus manos, como si fuese una señal celestial. Estos escritos también han servido para desarrollas las investigaciones arqueológicas que permitieron descubrir la ciudad de Ur de Caldea, la casa de la Virgen María en Éfeso y los pasadizos bajo el templo de Jerusalén.

La obra escrita también refiere visiones del Antiguo Testamento; de la vida de Jesús y de la Virgen María; de la primitiva Iglesia naciente y del futuro de la Iglesia; del cielo, el purgatorio y el infierno; y del Fin de los tiempos.

Tras leer los escritos de Ana Catalina, puede confirmarse con certeza que ella es, en efecto, la más grande vidente de todos los tiempos.

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