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“Una hoja en blanco”

Desde que recuperó su libertad, su más grande tesoro es una hoja en blanco. Es el símbolo de su nueva vida, tras una existencia de vejaciones y esclavitud. En ella decidió escribir sus sueños y anhelos. El primero fue “acostarse en el pasto y respirar el aire libre”. Zunduri, como se decidió llamar, recuperó su vida hace poco más de dos meses, cuando logró escapar de la tintorería donde la tenían recluida en condiciones inhumanas. Así dejó atrás cinco años de violencia que marcaron con más de 600 cicatrices su cuerpo. Su historia sacudió al Vaticano.

Ella no quiere que aparezca su nombre públicamente. Prefiere ser identificada con su sobrenombre, que significa “niña hermosa”. A sus escasos 23 años, su testimonio conmovió a los más de 300 asistentes a un encuentro mundial de alcaldes contra la trata de personas y el cambio climático, organizado por la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales en el Aula Nueva del Sínodo este martes 21 de julio.

“Yo fui víctima de trata laboral, en su modalidad de esclavitud. Cuando decidí escapar tenía cicatrices hechas con palos, cables de la luz, quemaduras de plancha. Llevo conmigo una cicatriz en mi cintura, ya que la persona que me tenía me ahorcaba para que me salieran llagas. Me obligaba a planchar más de 20 horas, me tenía que dormir parada y tampoco me dejaba de hacer mis necesidades, las tenías que hacer en bolsas de plástico”, confesó.

Su relato fue escalofriante, y dejó sin respiro a los asistentes a la reunión. “También, para poder soportar el hambre masticaba el plástico, llegué a estar sin comer más cinco días. No me daba de tomar, tenía que tomar el agua con la que planchaba. Mis cadenas fueron psicológicas y físicas. Cuando decidí escapar estaba muerta en vida. Ella sabía que era vulnerable, me apartó de mi familia. Yo me preguntaba ¿a dónde voy a ir, si no tengo a donde ir?”, agregó.

Ella procede de la Ciudad de México y ahora forma parte de la Comisión Unidos contra la Trata. Su complexión minuta hizo más vívido su relato. Recordó que todos los seres humanos son iguales y el dinero no hace mejores a unos sobre otros. 

Su solicitud sonó a clamor: “Yo les invito a todos ustedes a que escribamos una nueva vida, una hoja en blanco. No es posible que siga habiendo esta esclavitud en el siglo XXI, no es posible que todos nos hagamos ciegos de esta esclavitud. Los invito a  que acabemos con la esclavitud, con la trata de personas”.

Con las historias concretas, de víctimas reales, comenzó la jornada “Esclavitud moderna y cambio climático. El compromiso de las ciudades”. Antes de que tomasen la palabra los gobernantes de grandes urbes como Nueva York, Madrid, Estocolmo, California y Milán, hablaron aquellas que fueron salvadas y recuperaron su libertad.

Karla Jacinto, también mexicana, contó su historia. Con valentía reconoció haber sido esclava sexual desde los 12 a los 16 años. Hace siete llegó a la Fundación Camino a Casa con el odio y el miedo en los ojos. Hoy tiene dos hijas, y está dispuesta a dar su vida para que no pasen lo que ella debió atravesar.

“Las personas veían mi cara de niña, pero no veían la cara de sus hijos. Nadie, ni las mujeres ni los hombres, vieron mis lágrimas. Tenía sólo 12 años cuando un hombre me enamoró y me prostituyó, después de tres meses de decirme que me amaba y que quería formar una familia conmigo. Yo venía de una familia muy disfuncional, donde mi madre me pegaba, donde mis hermanos abusaban de mi. Me prostituía con más de 30 hombres diarios”, contó.

Y agregó: “Antes yo era víctima de trata de personas, pensaba que no valía nada y creía que sólo era un objeto, que se usaba y que se desechaba. Todas las niñas y los niños que están ahí sólo sirven sólo para una cosa, sólo son un objeto sexual que los hombres sólo usan por un ratito, 15 minutos y los dejan”.

Muchas veces quiso escapar, pero le amenazaban con asesinar a sus familiares. Por eso aceptó el infierno, incluso cuando estaba embarazada. Aunque “trabajó” hasta los ocho meses de gestación, nadie se dio cuenta de su pancita. Al mes del nacimiento, le quitaron a su hija y durante un año no supo nada de ella.

“Antes era otra persona, antes tenía odio, esos ojos de los cuales sale enojo contra la gente. Algunos me querían ayudar y yo no sabía si eran buenos o no. No es bonito contarte cuando me prostituía, pero si es bonito cuando te contamos que la vida sigue. Tenemos muchos sueños que cumplir y hoy somos libres”, estableció.

Fue un “cliente” quien se apiadó de ella y la liberó de las cadenas de la esclavitud. Se llamaba José Víctor. Para entonces unas 42 mil 300 personas habían usado su cuerpo. Lejos de aquel calvario, hoy agradece por su nueva vida. Como lo hizo al final de su presentación en el Vaticano, cuando elevó una oración y exclamó: “¡Gracias a Dios porque nos ha dado la oportunidad de ser mejores personas!”.

Del Vatican Insider

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