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“…Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…”

Podrías deshojar una flor e incluso arrasar con un jardín hasta conseguir pronunciar un “me quiere” mientras desprendes el último pétalo, sin garantizar por ello que quien anhelas que te quiera, realmente lo haga.

El afecto no depende del azar. No es producto de la astrología ni aseveraciones supersticiosas. La palabra “querer” carece de contenido si no es materializada en acto; es decir, en una elección, y por consiguiente, una renuncia-. Y puesto que ante un hecho no azaro no cabe la duda, podría afirmarse que el cariño resulta algo muy simple. ¿Por qué entonces lo complicamos? El porqué de esta complicación recide en los temores generados por heridas del pasado que cortejan inadvertida o descaradamente el corazón; desordenando las intenciones y ensombreciendo la realidad.

El miedo genera una inquietante ansiedad que si no sabemos encausar, la intentaremos aminorar con ensoñaciones y/o gestos afectuosos atiborrados de ilusiones y/o deseos, pero carentes de lo único que puede sosegar el corazón: el amor. Por tal situación, debemos dejar de complicarnos preguntándonos si nos quieren, y tener el valor de cuestionar las intenciones de “nuestro querer” y “el querer” de quien anhelamos nos quiera.

¿Por qué lo quiero? En resumidas cuentas lo queremos porque nos resulta apetecible, porque lo consideramos “bueno” para nosotros. Más no todo lo que brilla es oro y, aunque así fuera, que sea bueno no significa que sea lo conveniente para nosotros ni para quien queremos. Si queremos elegir lo conveniente, es indispensable impedir que la obscuridad del temor nos incline a optar por el brillo que se avecina en la esquina, renunciando a la luminosidad escondida dentro de nosotros.

Entonces, ¿cómo identificar si el querer es motivado por el temor? Si te enclaustras en la indecisión para no renunciar a nada; si aceptas un querer que no esté dispuesto a valorarte y no se esfuerce en conquistarte; si conscientes un querer que se dedique a sentir para no pensar; si te conformas con un querer precipitado y/o mediocre que intente propinar placeres momentáneos con tal de reducir la angustia; si te concentras en un querer que privilegie el exterior, cuerpo, dinero y popularidad, para no aventurarse en compartir el interior: anhelos, intensiones, afectos, cualidades, defectos…

Si nos movemos en función del miedo al rechazo, el rezago y la soledad, nuestra actitud será de huida: rápida, repentina, poco reflexiva. Ir de prisa en la penumbra del temor trae consigo tropezones – de los que invariablemente saldremos lastimados y lastimaremos a quienes estén a nuestro lado-. Por ende, un afecto motivado por el miedo requiere poca inversión, pero lacera mucho. Por el contrario, un querer ordenado al amor brota de la voluntad que elige libremente lo que represente un beneficio conveniente para nosotros y para quienes queremos. Es un querer consciente de que en la negrura de la soledad es dónde podemos contemplar el fulgor del tesoro que llamamos “interioridad”. Y aventurados en la búsqueda de ese tesoro escondido descubriremos la luminosidad de nuestra existencia y brotará el deseo de compartirla, o mejor dicho, de “compartirme”.

Conociendo lo que soy, la incorrespondencia de mi querer se convertirá en un yugo envuelto de suavidad en el que puede pesarnos no poder enriquecer con nuestra interioridad a quien queremos querer, y que esa persona nos prive de su riqueza interior. Pero nuestro corazón comprenderá que dicha privación no nos empobrece, porque no resta nada de lo que somos.

¿Por qué conformarse con las migajas de alguien si dentro de nosotros hay un festín digno de compartir? El Amor toca a la puerta y llama. Abramos las puertas de nuestro corazón al AMOR, pidámosle a Dios que sane nuestro corazón y nos ayude a vencer el temor. Sólo entonces, podremos querer pacientemente, sin desorden, sin angustias y sin condiciones; podremos querer alegremente, sin depositar en los demás el peso de mi bienestar; lograremos querer iluminar sin afanarnos en poseer, dominar y/o controlar la luz ajena; ansiaremos querer descifrar el tesoro interior de los demás; conseguiremos que nuestro querer no se esclavice en el fuego artificial intenso y fugaz, porque se perpetuará en un acto denominado: libertad.