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La sabiduría cristiana es el amor misericordioso

¿Quién puede conocer el pensar, el querer y el designio de Dios? Son preguntas que se nos antojan sin encontrar aparente respuesta. Nuestras capacidades finitas, rebasan su infinitud. Pareciera que tendríamos ciertos balbuceos inefables o a cual más la teología del gusano, demasiado pegada a la tierra y así mismo. Pero sus destellos se conocen en el orden del universo; su teleología e interdependencia mutua del macrocosmos y del microcosmos con su centro, la persona humana, pequeño universo.

Ésta, vista en sus inicios germinales, cuando el óvulo femenino es fecundado, se da una explosión de luz, abrazo de vida y beso de amor, como lo atestiguan los microscopios electrónicos de hoy. ¡Cuánta hermosura! En todo está el pensar, el querer y el designio de Dios, su sabiduría tangible.

La Madre Teresa de Calcuta, va más allá de esta sabiduría natural y la revela en su ámbito humano, plenamente divino: la sabiduría divina es el amor misericordioso. Otro santo, Juan Pablo II, dijo de ella: “el testimonio de Dios hecho misericordia. Las obras por ella realizadas, hablan por sí mismas y ponen de manifiesto el alto significado de la vida.”

Interrogada en cierta ocasión por el padre Tanghe en Bruselas sobre su testamento a la humanidad, la Madre respondió: “Ámense los unos a los  otros como Jesús nos ama. Yo no tengo que añadir nada más al mensaje que Jesús nos ha trasmitido. Para poder amar se debe tener el corazón limpio. Y para tener el corazón limpio, hay que orar. El fruto de la oración nos lleva a profundizar la fe, el fruto de  la fe es el amor, el fruto de amor es el servicio y el servicio al prójimo conduce a la paz”.

Amó la vida humana descarnada en el pobre, el enfermo o el abandonado: “mientras haya un soplo de vida, tenemos la obligación de cuidarla como el tesoro más preciado. La vida es un don de Dios y merece todo nuestro respeto y atención. Nadie, por ningún motivo, puede arrogarse el derecho de suprimir una vida humana, por deforme y deteriorada que se encuentre”.

Quien escribe este artículo, la conoció recién ordenado sacerdote en un Congreso sobre la Familia en Acapulco. Me impactó su palabra y el acento de su súplica: quien no quiera a su bebé, no lo aborte, “démelo a mí”.

Su Congregación además de los votos de rigor, pobreza, castidad y obediencia, ella añadió el cuarto voto: “saciar la sed ardiente de Jesús en los pobres”. En las capillas de sus casas tiene ese letrero en Cristo crucificado, evidencia el carisma y es su lema: “I thrist”, tengo sed. No se cansaba de repetir que “la fe en acción, es amor; y el amor en acción es servicio”. Ella nos invita a tener un corazón para amar y unas manos para servir.

Vargas Llosa dijo de ella: “Hay en la vida de la Madre Teresa (de Calcuta) una falta de egoísmo, un desprendimiento y una capacidad de sacrificio que, en el mundo en que vivimos, incomoda”.

Nuestro planteamiento obligado es saber cuál ha sido el secreto de esta vida tan fecunda, tan luminosa y tan impactante en esta nuestra sociedad cansada por el egoísmo, las ingenierías sociales, el estrés y el miedo: “…el acontecimiento más importante que he vivido en mi vida ha sido mi encuentro con Cristo. El es mi sustento y mi vida”. “Cristo es el amor para ser amado, el camino para ser recorrido la verdad para ser proclamada, la vida para ser vivida”.

Según los documentos ella nació en 1910; pero propiamente, nos dice,  “nací el 10 de septiembre de 1946 en una calle de Calcuta, cuando tropecé con el cuerpo de una mujer moribunda. Ratas y hormigas se paseaban por sus llagas. La levanté, caminé hasta un hospital cercano y pedí una cama para ella. La mujer murió en esa cama: la primera, la única y la última cama que tuvo en su vida”.

Cuando un periodista le preguntó sobre su país de nacimiento, le contestó: Por sangre y origen soy albanesa,(Skopje, Macedonia, hoy Albania), pero tengo nacionalidad india. Y como soy una religiosa católica, por mi vocación pertenezco al mundo entero. Eso sí, mi corazón pertenece totalmente a Jesús”.

En México, existen 15 casas de su Congregación, porque ella amaba mucho a nuestra Patria; una de ellas la primera, en Santa Fe en la calle Magnolia, en la Ciudad de México. Fue una devota de la Virgen Santísima de Guadalupe. Cuando visitaba México, iba a la Basílica de Guadalupe, a encontrarse con nuestra Morenita, la que nos ha enseñado la sabiduría divina del amor y que la Madre Teresa de Calcuta nos la recuerda en nuestro tiempo con su palabra y la elocuencia de sus acciones.

Sus casas se extienden a 120 países. Si san Agustín nos decía que “el límite del amor es amar sin límite”, la Madre Teresa de Calcuta, proclamada Santa en la Iglesia decía que “tenemos que dar hasta que duela. El amor, para que sea auténtico, tiene que costar. Sobre el abortó decía: “pienso que hoy día el aborto es el gran destructor de la paz, porque es una guerra directa, una muerte sin atenuantes, un asesinato llevado a cabo por la misma madre”. “Para mí, la vida es el más bello don que Dios legó a la humanidad. Por eso, pienso que aquellas naciones que destruyen a vida legalizando el aborto y la eutanasia son las más pobres, porque no tienen alimento para un niño más ni hogar para un anciano más. Y por eso, agregan un cruel asesinato a este mundo”.

Sus labios hablan de la abundancia del amor de su corazón; sus manos que acarician, curan y alimentan, rubrican que la sabiduría divina es el amor misericordioso. Una santa de nuestro tiempo para entender a Jesús, el Evangelio Vivo de siempre.

Para aquellos con empeños de dominio, la Santa decía que para conquistar al mundo no se necesitan ni guerras, ni cañones; solo hace falta amor y compasión. Para aquellos que hacen de la crítica negativa su modus vivendi y su modus operandi nos declara: “Si estas juzgando a las personas, no tienen tiempo de amarlas” o  “las críticas no son otra cosa que orgullo disimulado. Un alma sincera para consigo misma nunca se rebajará a la crítica.”

Viktor E. Frankl etiquetó a nuestra época como una época, noogena, es decir, con la pérdida del sentido de la vida; a quines son víctimas de este mal de la mente y del corazón, les dice “si no se vive para los demás, la vida carece de sentido.

El alimento diario de su vida tan activa y entregada era Eucaristía, en la misa y en la adoración: “Se que cuando toco los miembros carcomidos de un leproso, estoy tocando el cuerpo de Cristo, como cuando recibo su cuerpo sacramentado en la Eucaristía.”

Su legado es grande; su testimonio es un camino a seguir y una verdad a proclamar con la vida en nuestro tiempo de narcisismos, de quejas y de exigencia de derechos, lejos del hermano solo y abandonado.