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Mirar la vida desde la Resurrección

Si Cristo no hubiese resucitado, si no fuese el hijo de Dios vivo que nos acompaña en cada paso del camino, ser cristiano no sería muy distinto de ser comunista, socialista o liberal, de cualquier otra ideología política o postura ética que los hombres podamos idear y poner en práctica. Si Cristo no hubiese resucitado el cristianismo sería un caso más dentro de la categoría general de las “religiones”, un intento bienintencionado, bello y admirable de elevar nuestra esperanza desde las categorías de los hombres.

De hecho, si Cristo no hubiese resucitado ¿en qué podríamos confiar? Nos quedarían nuestras razones, nuestros argumentos, el dios que se imaginase cada época con los atributos que estuviesen a la moda. Feuerbach tendría razón, y Nietzsche también, porque ese dios de corta y pega sólo sería una invención, el resultado de proyectar anhelos inalcanzables a través de la fantasía.

Por desgracia -y lo digo lleno de tristeza- ese es el dios que tienen en la boca la mayoría de los críticos de Francisco. Un dios que ya pasó, muerto, cristalizado en algunas teorías morales que carecen de vitalidad y frescura. No es el Dios vivo y resucitado que ilumina con su Presencia todos los aspectos de la realidad y nos lleva a comprender y a amar las circunstancias que tenemos delante, sacándonos siempre de nuestro sitio acostumbrado para llevarnos al suyo, para removernos cada poco con las sacudidas de su gracia.

He decidido no discutir nunca más con los que están obcecados en contra del Papa porque veo cómo defienden el rencor frente al amor y cómo al hablarles de escucha, comprensión y misericordia, apelan a pesadas estructuras morales a las que se abrazan como si Dios no existiese y ellos tuviesen la última palabra.

Eran unos los que criticaban a Benedicto y ahora son otros los que lo hacen con Francisco, pero no se equivoquen: son los mismos. Los mismos gnósticos de siempre, los que sólo estarían de acuerdo con Dios si primero él estuviese de acuerdo con ellos. No se apuren, no se preocupen. El tiempo pasará y el Señor de la historia los conquistará con su paciencia amorosa igual que ha hecho con nosotros y hace con todos. Porque es un Dios vivo que nos espera siempre. Porque ha resucitado para que podamos degustar ya ahora los gozos de la eternidad. Porque es él quien ha revelado al hombre lo que es el hombre.