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El sufrimiento purifica, santifica y prepara el alma

La vida  en ocasiones es muy dura, todos sabemos que no es fácil  y a veces nos azota muy fuerte, pero pese a eso Dios siempre nos da la fuerza, para poder soportar y salir adelante, pero sin dejar de ver  que es lo más importante en realidad, si un sufrimiento terrenal  con fecha de vencimiento,  que nos puede ayudar a purificarnos, santificarnos y a preparar el alma, o un sufrimiento eterno. A veces es bueno sufrir  y saber abrazar el sufrimiento para ganar la gloria eterna.

El sufrimiento entró en el mundo a consecuencia del pecado;  pero la bondad de Dios es tan infinita como su sabiduría. De este sufrimiento como consecuencia del desorden producido por el pecado, Dios realiza un medio esencial para nuestro rescate. Como lo que  nos deja una conferencia episcopal “Con oído atento y sensibilidad pastoral queremos mirar desde la fe la completa realidad del mundo que nos toca vivir para discernir los signos de los tiempos como reclamos de evangelización. Guiados por la ayuda del Espíritu Santo, anhelamos  reconocer y alentar cuanto hay de bueno  y verdadero de las posibilidades de este momento histórico y queremos denunciar con audacia profética todo lo que atenta contra la dignidad de cada persona humana. Nada nos apremia tanto como acercarnos al corazón de esta realidad para transformarla desde sus raíces con la novedad del Evangelio.

Al comenzar el nuevo milenio, la humanidad entera se encuentra sumergida en grandes dificultades, como la alarmante extensión de la pobreza, la corrupción, los conflictos armados de insospechables consecuencias, los nuevos fundamentalismos, las formas inimaginables de terrorismo y la crisis de relaciones internacionales.

Son evidentes las contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace, el relativismo, el menosprecio de la vida, de la paz, de la justicia, de algunos derechos humanos fundamentales, de la preservación de la naturaleza, que desafían a todos por igual y exigen respuestas comunes. Estos problemas también inciden de manera acuciante en la patria.” (nn. 21,22)

El pecado es un rotundo “no” a Dios, pues un “si” leal al amor, que es Dios, puede curar la herida. Ahora bien este “si”  nunca tiene mayor plenitud como cuando se acompaña con un también rotundo “no” a la satisfacción del yo egoísta, del yo orgulloso y del yo sensual.

El sufrimiento es el estado en que la opción se impone más claramente a la conciencia humana. Es la línea demarcatoria. Por muy poco que el alma se incline hacia el amor, expía, con su misma actitud, los errores pasados. Con el sufrimiento en la tierra, purificamos el alma y ayudamos a cargar la cruz a Nuestro Señor Jesucristo. Ciertamente sólo hay uno que pudo expiar todo dignamente por todas las desobediencias humanas y es el Hijo de Dios. Aquel que siendo a la vez Dios, y reuniéndonos a todos en él, mereció el rescate total de la humanidad en un acto de obediencia amorosa, más fuerte que todas las rebeliones humanas, Jesucristo.

Lo que la plegaria no obtiene lo consigue el sufrimiento, en virtud de la unión que nos liga a Nuestro Señor  y a nuestros hermanos, nuestro sufrimiento atrae infaliblemente. La acción es falible, el dolor no.

En realidad, en un alma generosa, el sufrimiento, cuando llega y es aceptado, hace que la vida sea más fecunda, porque es en ese momento cuando trabajamos más eficazmente para detener la corrupción del mundo y hacer llegar el Reino de Dios.

De esta manera se comprende que nuestro Señor no haya querido evitar a sus mejores amigos esta riqueza que representa la Santa Cruz.

Los mismos apóstoles fueron bien claramente advertidos que padecerían cruces y hasta la misma Santísima Virgen no se exceptuó de ella, que dolor más tremendo que ver a su propio hijo siendo azotado, humillado, crucificado y muerto, pero aun así abrazó ese  dolor porque así debía ser.