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Para pensar ideas con buenas consecuencias

“Las ideas tienen consecuencias”: ese era el título de un libro publicado por Richard Weaver en 1948.

Si eso es verdad, resulta necesario aprender a pensar correctamente. Pero, ¿cómo lograrlo?

Entre los muchos consejos, hay algunos que se pueden aplicar con mayor o menor facilidad.

El primero consiste en buscar buenos “amigos”. Por ejemplo, un libro escrito desde el amor a la verdad; o una persona que piensa y habla con reflexión y sana filosofía.

El segundo: darle vueltas a los asuntos, con una mente abierta a las diferentes perspectivas que se esconden detrás de cada argumento, para sopesarlas adecuadamente.

El tercero: mantenerse sanamente atentos a aquellas novedades que pueden orientarnos a una mejor comprensión del mundo, de la vida, del tiempo y de la eternidad.

Estos tres consejos, ciertamente, son difíciles de aplicar. ¿Cómo sé que este libro o esta página de Internet son buenos? ¿Quién me garantiza que este amigo habla con honestidad y tiene una inteligencia bien desarrollada?

El segundo consejo también está rodeado de dificultades: muchos viven aturdidos por prisas, ruidos e imágenes, arrastrados por “novedades” que no dejan tiempo para la reflexión.

Y el tercero exige un esfuerzo continuo para no dar por cerrado un asunto mientras haya aspectos que merecen nuevas reflexiones, y es obvio que casi siempre encontraremos esos aspectos que necesitan ser explorados.

A pesar de las dificultades, vale la pena intentar una y otra vez aquello que nos ayude a pensar mejor. Así evitaremos errores y simplificaciones reductivas, dejaremos atrás ideas equivocadas que luego desembocan en consecuencias dañinas.

De este modo, estaremos prevenidos contra engaños que se difunden como la peste, y mantendremos la mente y el corazón abiertos a todo aquello que pueda acercarnos, aunque sea mínimamente, a esas verdades que tanto necesitamos para la vida presente y para el mundo de lo eterno, a ideas que generan consecuencias buenas…