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El lenguaje de Dios

Si comparamos la escena primera con la última de la vida terrena de Jesús, el contraste no puede ser mayor. El nacimiento de Jesús respira ternura y calor de hogar, a pesar de las graves dificultades por las que pasó la sagrada familia. Todo trascurre en un ambiente íntimo y familiar, que habla al corazón. La escena del calvario, al contrario, es un espectáculo profano, sangriento, a campo abierto y con una multitud vociferante y signos de barbarie por doquier.

Este contraste entre Belén y el Calvario tiene su eco en la liturgia y en la piedad cristiana. En la fiesta litúrgica de la Navidad lo familiar y hogareño nos conmueve y despierta nobles sentimientos que se extienden más allá del ámbito de la fe. Hasta en ambientes paganos se suele celebrar. La cercanía del Dios niño atrae y conmueve a la vez. La pascua del Señor Jesús, en cambio, es de más difícil asimilación y de muy fatigosa celebración. En la Pascua, Jesús se nos adelanta mostrándonos un camino lleno de luz, pero desconcertante por su poder y majestad.  Resucitado, se aparece de múltiples formas pero nunca se deja atrapar por los sentidos. Es un caminante en Emaús, un jardinero para Magdalena, un pescador a la orilla del lago y un huésped inesperado en el cenáculo. Es el mismo y diverso a la vez. Los discípulos y las mujeres vieron al resucitado, pero nadie presenció el momento de la resurrección. El contraste entre Belén  y el Calvario no podía ser mayor.

El Misterio Pascual es un solo misterio en tres tiempos: De tragedia el viernes, de silencio el sábado y de gloria el domingo. Tres momentos de un solo misterio, del paso de la muerte a la vida. El paso más asombroso que ha dado la humanidad. La iglesia le llama Triduo Pascual, el paso de Jesús entre nosotros, centro y culmen de la fe y la vida cristiana. Canta la Iglesia: De nada nos serviría el haber nacido si no hubiéramos sido rescatados. Vida sin resurrección es muerte.

¿Cómo comunicar este mensaje? ¿Con qué lenguaje transmitirlo? ¿Cómo celebrarlo dignamente? Ante tal desafío, la Iglesia nos enseña lo que ella aprendió de Dios, de su divina pedagogía. El antiguo Testamento fue un diálogo, difícil pero fecundo, entre Israel y Dios. Israel aprendió a escuchar y a caminar con Dios. Se fue acostumbrando al actuar de Dios. Obras y palabras formaron la pedagogía divina con Israel, que Jesús utilizó con sus apóstoles y que la Iglesia aprendió y nos enseña en su liturgia. La Iglesia recogió la Palabra de Dios en la sagrada Escritura y actualiza las obras de Dios en los Sacramentos. Jesús resucitado actúa ahora en la Iglesia con sus signos sacramentales. Quien conoce el significado del cirio pascual o de la fuente bautismal no necesita de imágenes de discutible gusto artístico o de artilugios de ambiguo significado. Conocer el lenguaje de Dios y descubrir el significado de los signos litúrgicos, es elemental para comprender el actuar de Dios en nosotros. Quien desconoce el lenguaje de la Biblia e ignora el significado de los signos litúrgicos, se quedará en la superficie de los hechos, y preferirá el sentimiento consolador al misterio salvador. “El desconocimiento del lenguaje propio de la liturgia: el lenguaje propio de los signos, los símbolos, los gestos rituales, es causa de que los fieles pierdan en gran medida el sentido de la celebración”, dice el Directorio (N. 48). El sentimiento conmueve pero no cambia el corazón. En la liturgia tenemos el lenguaje de Dios, su divina pedagogía.

Mario De Gasperín Gasperín

One thought on “El lenguaje de Dios

  1. Gracias Mons. Mario de Gasperin por su enseñanza y sabiduría.
    Gracias a periodismocatolico.com por el espacio para tener los escritos del obispo emérito.

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