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La fe de Santo Tomás

El tema de la fe es muy actual, hoy en día, porque el mundo está pasando por una evidente crisis de fe. Existe el proceso lento de una des­cristianización, de una paralización y aún de una extinción de la fe en el hombre moderno, y hasta en nuestras propias filas.

El tiempo de hoy huye de Dios, lo reconoce en el mejor de los casos, solamente como idea. No tiene ya un claro concepto de la persona de Dios ni de su influencia personal frente al mundo y frente a los acontecimientos de nuestra época.

Quizás también a nosotros nos pase un día, que debamos constatar: En el fondo ya no creo más en lo que he creído antes. Se perdió mi entusiasmo, mi fervor religioso. Y no nos sentimos por eso demasiado tristes; lo constatamos simplemente.

Nuestra vida de fe, nuestra propia vida espiritual, tiene sus altos y bajos. Tenemos épocas, en que todo nos anda mal, en que nos cuesta rezar, confesarnos, buscar a Dios. Pero, ¿qué pasará si estos estados se reiteran y llegan a ser duraderos?

En todo caso no podemos mantener viva nuestra fe en el ambiente frío del mundo moderno sin llevar una vida auténticamente espiritual y sin tener orden en esa vida espiritual, sin tener tiempo para meditar y rezar, sin tener tiempo para los que piensan y luchan como nosotros.

En esta situación la Iglesia nos muestra la actitud de Santo Tomás. Tomás es un verdadero hombre moderno, un realista y existencialista, que no cree en más que en lo que toca, que no quiere vivir de ilusiones, que tiene miedo que lo engañen: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

Lo que nos impresiona en el caso de Tomas, primero, que nos lo hace tan simpático y a la vez contemporáneo, es la violencia de su resistencia.

Son muy duras las condiciones que pone para su rendición. Una dureza tan terrible no puede provenir más que de un terrible sufrimiento. Él no quiere arriesgarse de nuevo, porque ya ha sufrido demasiado, porque, probablemente, ha sufrido más que los otros por la Pasión y Muerte de Jesús.

La respuesta de Jesús a las exigencias de Tomás es inaudita: Jesús las acepta y se somete a ellas: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado”  y agrega Jesús: “No seas  incrédulo, sino creyente”.

Y entonces. Santo Tomás, vencido por tanto amor y tanta indulgencia de Jesús. se siente transportado a una altura, a la que nadie ha llegado y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!” Es el primero que llega con su fe hasta este extremo. Hasta ahora, ningún apóstol ha dicho a Jesús: tú eres mi Dios. De ese pobre Tomás, escéptico y exigente, obtiene Jesús uno de los actos de fe más hermosos de todo el Evangelio.

¿Y nosotros? Nosotros no vemos ni tocamos al Señor como Tomás. Sin embargo, nos pasa lo mismo que a él: Jesús está con nosotros, aún y sobre todo en medio de nuestra duda e incredulidad. para apoyamos y fortalecemos.

Nuestras crisis de fe son crisis de crecimiento y nos sirven para ser más adultos en nuestra fe, para acercarnos más y más a Dios. Los obstáculos son ocasiones de ascensión tal como la presa que obliga al agua a elevarse para darle una potencia nueva.

Porque la fe es una aventura permanente, un desafío continuo, un largo camino que tenemos que andar. Y cuándo adelantamos en este camino, tanto más debemos hacer saltos de fe. Es lo que dice San Pedro en una de sus cartas. “Tenemos que sufrir pruebas, para que sea purificada nuestra fe, como el oro por el fuego”.

Queridos hermanos, pidamos que Dios nos haga madurar y crecer en nuestra fe. Y que nuestras crisis de fe sean sólo crisis de crecimiento en nuestro caminar hacia la Casa del Padre. Y pidámosle también a María, Madre de la fe, que nos regale la gracia de una fe firme y profunda en su Hijo Jesús, el Señor resucitado.

Padre Nicolás Schwizer