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4. La inmaculada en Perú antes de 1854

José Antonio Benito

Con motivo de los 150 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada, quiero rescatar algunos hechos que evidencian la fuerza con que vivió esta verdad el pueblo peruano, siglos antes de ser proclamado. El esplendor de tan bella verdad fue manantial de heroicos gestos, personales y colectivos, que galvanizaron los espíritus a comprometerse con arrojada decisión como los antiguos cruzados (¡Dios lo quiere!) o los futuros profetas de nuestro tiempo, como el P. Kolbe (¡Todo por la Inmaculada!).

Tal como escribía el P. Jesús Castellano Cervera, ocd, "aparece con claridad que María es una excepción del pecado original y en Ella permanece intacto el proyecto original de Dios y la futura suerte de la Iglesia, llamada a ser por siempre «santa e inmaculada en el amor». Como afirmaba Max Thurian, Inmaculada Concepción quiere decir que en María todo es gracia desde el inicio y Ella es testigo de que todo viene de Dios. Y que María corresponde a esto con absoluta libertad de amor, no manchada por el pecado. 18 julio 2004 ZENIT.org).

De todos es conocido el rol protagónico de María en la evangelización del Nuevo Mundo, tal como nos recuerda Ecclessia in America:

"En todas partes del continente, gracias a la labor de los misioneros, la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la primera evangelización... María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión"( n.11).

Dos siglos después del Descubrimiento, la genial poetisa Juana Inés de la Cruz, cumbre del barroco mexicano, dirá por toda Hispanoamérica «¡que no sé que se tiene el que en tratando de María Santísima se enciende el corazón más helado.

La Conferencia de Puebla se ratificó en este sentir: «María tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina».

La toponimia es sólo una firme expresión del sentir mariano del continente. En el Valle del Colca hay un pueblo que lleva el nombre de la Inmaculada Concepción, el de Yanque, con un templo dedicado a María y que data del S.XVI. Otro, Lari, lleva el nombre de La Purísima Concepción. De igual modo, múltiples santuarios marianos del Perú están dedicados a esta advocación: el de Huanchaco y el de la Virgen de la Puerta de Otuxco, los dos en Trujillo; Nuestra Señora de Huambalpa y Nuestra Señora de los Socos, en Ayaucho; la Purísima de Quiquijana, en Cuzco.

En Perú arraigan costumbres tan populares como la generalización del saludo «Ave María Purísima», la celebración del mes de mayo, la devoción del Rosario de la Aurora que llegó a contar con quince rosarios salidos de sus respectivas iglesias en la Lima de 1692, cantando coplas tan «lindas» como ésta:

«María, todo es María.

María, todo es por vos.

Toda la noche y el día

se me va en pensar en Vos».

Florecen las cofradías y congregaciones de Nuestra Señora, los romeros y danzantes de la Virgen. Los serenos cantaban también a María al dar la hora en las calladas noches; fachadas adornadas con el anagrama de María o con los versos (en zaguanes o esquinas con imágenes de María):

«Nadie traspase este umbral
que no diga por su vida
que es María concebida
sin pecado original».

Tampoco las universidades se sustraerán a esta formidable afición por la Inmaculada. Espléndido es el cuadro "La Jura de los Doctores ante la Inmaculada" en la capilla central de la Universidad de Salamanca, y que nos recuerda la práctica del juramento de la verdad acerca de María Inmaculada; y su compromiso de enseñarlo y defenderlo, que obliga a los graduados, incorporados y catedráticos, hecho extensivo para todas las universidades por la "Recopilación de Indias»

Don Diego de León Pinelo, hermano del célebre primer biógrafo de Santo Toribio, bachiller por Salamanca, y luego estudiante, catedrático y rector (1656-8) de San Marcos, escribió un alegato apologético en defensa de la Universidad de San Marcos en 1648, que culmina refiriéndolo todo a la Virgen Inmaculada como quien "perfecciona las obras de los doctores [...] preside la Teología, los sagrados libros, la Jurisprudencia, la Filosofía: ella que presidió aquel divino Colegio de los Apóstoles"; y concluye: "¡Oh María, que doquiera eres María, doquiera piadosa, doquiera misericordiosa, guárdanos, dirígenos, para que cada día florezca nuestra Academia, que más bien es tuya, a la cual proteges como Señora del mundo y de los cielos".

Años antes, en 1618, había publicado en la imprenta de Francisco del Canto, la obra "Relación de las fiestas que a la Inmaculada Concepción de la Virgen Nuestra Señora se hicieron en esta ciudad de los reyes del Perú". Entre las numerosas comparsas que por aquellos días recorrieron Lima, destacó una formada por quince niñas menores de diez años. Vestidas de ángeles, con túnica de raso azul y sobre ella otra de velo de plata, con coronas de oro, perlas, rubíes, diamantes, esmeraldas y topacios. Cuando la máxima autoridad, el príncipe virrey de Esquilache, se asomó al balcón de palacio para ver tan tierna comparsa, una de las chiquillas, futura marquesa de Villarubia de Langres, representado a San Miguel, capitán de aquel coro de ángeles, se dirigió a Su Excelencia y le dijo:
Soy correo celestial,
Y por noticia os traía
que es concebida María
sin pecado original.

Don José de Mugaburu nos relata profusamente las fiestas de "la Limpia Concepción" de 1656 con los "mayores fuegos que ha habido en esta ciudad... el sexto, otro carro con una imagen de la Limpia Concepción... Y fue aquella noche de los fuegos que no ha habido más que ver.

El domingo siguiente hubo un gran sermón y procesión alrededor de la iglesia y sacaron a la Virgen Santísima de la limpia Concepción, la chapetona, que está en San Francisco... Y esta noche

Profundo respeto y desmedido amor aflora en los «votos de sangre» por el cual las ciudades juraban defender la Inmaculada Concepción de María. Transcribimos el acta extendida por la ciudad de Riobamba:

«En la noble villa del Villar Don Pardo, viernes a ocho días del mes de diciembre de 1616 años, después de haber celebrado la fiesta de la Muy Limpia Concepción de la Sacratísima Reina de los Ángeles [...] asistiendo el Clero y Padres de las Religiones, Cabildo y Regimiento, nobles y plebeyos de todos estados, toda la villa, unánimes [...] inspirados con celo y fervor a la fe y creencia de la Santa e Inmaculada Concepción [...] Todos los fieles que estamos y habitamos en la dicha villa, que militan debajo del estandarte de esta Sacratísima Virgen de su grado y voluntad, juran, prometen y obligan, por Dios Todopoderoso y a El mismo y a su Bendita Madre y Señora Nuestra, desde ahora para siempre jamás, defender en paz y en guerra, en público y en secreto, la Santísima Concepción de aquesta Virgen Soberana haber sido sin pecado original: y en esta defensa arriesgarán y expondrán sus personas, haciendas, vidas y almas, todas las veces que se ofreciere; vivirán, permanecerán y morirán esta opinión, fe y verdad tan cierta y meritoria».

El Diario de Lima (1640-194) de Mugaburu recoge el mismo gesto para la capital del virreinato: "Martes siete de diciembre de 1655, víspera de la Pura y Limpia Concepción, votaron la Audiencia y Cabildo eclesiástico y secular, guardar su fiesta, y que fuera con vigilia; y defender su limpieza, y la nombraron por patrona de todo el reino. Y aquél día hubo muchas fiestas".

Juan Gualberto Valdivia, el célebre Deán, en su obra Fragmentos para la historia de Arequipa registra idéntica práctica en la Ciudad Blanca:

"El Ayuntamiento y la ciudad manifestaron siempre su devoción hacia María Santísima. El Ayuntamiento el 12 de diciembre de 1632, en la misa mayor concelebrada por el Maestre-Escuela D. Antonio Montile de las Cabezas, en la Catedral, hizo juramento de defender el misterio de la Inmaculada Concepción, y lo ratificaron el 27 de noviembre de 1655 y 30 de julio de 1637. Celebraron después la Dominica infraoctava de la Concepción por orden de Felipe V del 19 de junio de 1711 y la de su Patrocinio en la Dominica 5ª. de noviembre. Con motivo del terremoto del 28 de octubre de 1687, se obligó el Cabildo a asistir a la Catedral en ese día y a comulgar en la iglesia mayor".

Concluyo transcribiendo casi literalmente un magistral texto del socarrón y mago de nuestra lengua Ricardo Palma en sus "Tradiciones Peruanas".

Hacia 1640, en la bulliciosa Lima virreinal, hervidero también de portugueses judaizantes, vivía un hombre de baja estatura, de nombre Don Juan Manrique que se hacía descender de uno de los siete infantes de Lara. Pues resulta que un día que estaba la ciudad congregada en la plaza Mayor a las doce del día, se presentó nuestro hombre con caparazón morado y blanco, recamado de oro, estribos de plata y pretal de cascabeles fines, cabalgando un ágil caballo. El jinete relucía con armadura de acero, gola, manoplas, casco borgoñón, con gran penacho de plumas y airones y embrazaba adarga y lanzón, ciñendo alfanje de Toledo y puñal de misericordia con punta buida. Visible en el pecho, una banda blanca cruzada con letras de oro, destacaba esta divisa: El caballero de la Virgen. El pueblo, sorprendido por el gesto de tal jinete en tan brioso corcel, aplaudió al verle entrar y detenerse frente a palacio. Nuestro nuevo Quijote con cuerpo de Sancho frenó con elegancia el caballo, alzó la visera y lanzó con fuerza el siguiente pregón:

- ¡Santiago y Castilla! ¡Santiago y Galicia! ¡Santiago y León! Aquí estoy yo, D. Juan Manrique de Lara, caballero de la Virgen, que reto, llamo y emplazo a mortal batalla a todos los que negasen que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Y así lo mantendré y haré confesar, a golpe de espada y a bote de lanza y a mojicón cerrado y a bofetada abierta, si necesario fuese, para lo cual aguardaré en vigilia en este palenque, sin yantar ni beber, hasta que Febo esconda su rubia caballera. El judío que sea osado, que venga, y me encontrará firme mantenedor de la empresa...! Santiago y León!

Y arrojó el guante sobre la arena de la plaza. El pueblo, que no esperaba esta pepitoria de los romancescos caballeros andantes, vitoreó con entusiasmo. Ni que el campeón hubiera sido otro Pentapolín, el del arremangado brazo...Don Juan Manrique permaneció ojo avizor sobre las cuatro esquinas de la plaza, esperando que asomase algún malandrín infiel a quien acometer lanza en ristre. Pero sonaron las seis de la tarde y ni Durandarte valeroso, ni desaforado gigante Fierabrás, ni andariago embreado, ni encantador follón se presentaron a recoger el guante. El dogma de la Inmaculada Concepción quedaba triunfante en Lima... D. Juan se volvió a su casa acompañado de los vítores populares. Desde ese día quedó bautizado con el mote de "El caballero de la Virgen".

 
 

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