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6. Nos queda Malta y medio bocadillo

Pablo Vázquez Pereira

Tras la legalización del divorcio en Chile, Malta es el único país occidental donde la legislación protege la indisolubilidad del matrimonio. En la hermosa isla, los síes todavía tienen valor, que no precio.

Al amor conyugal le ocurre lo que a las tesis doctorales que, al decir de un buen amigo mío, no se terminan, sino que se abandonan. La diferencia estriba en que las tesis abandonadas se defienden ante un tribunal, en tanto que el amor abandonado se ataca ante otro. Y de ahí resultan, respectivamente, los sobresalientes “cum laude” y los divorcios.

A propósito de estos últimos, en Chile se ha aprobado una nueva ley de matrimonio civil. Tras la promulgación de la norma que legaliza el divorcio, el Presidente chileno, Ricardo Lagos, declaró: “Éste es un paso gigantesco que fortalece a la familia” (sic). Después de leer sus palabras, he decidido revisar mis matemáticas, que no mis convicciones. Y es que yo, como tantos otros, creía que divorcio es a familia como noche a día.

Ricardo Lagos también podría haber dicho lo que un comensal recién divorciado que, sentado a la mesa con Paulo Coelho, afirmó: “Ahora tengo la libertad con que siempre soñé”. A lo que el escritor brasileño respondía en un artículo: “Es mentira; nadie quiere ese tipo de libertad, todos queremos un compromiso, una persona que esté a nuestro lado viendo las bellezas de Ginebra, hablando de la vida o, simplemente, compartiendo un bocadillo. Mejor comer una mitad que comer uno entero y no tener con quién compartir nada. Es mejor pasar hambre que estar solo”.

Ahora que Chile ha aprobado el divorcio, Malta es el único país occidental donde los síes todavía tienen valor, que no precio. Allí un “sí, quiero” es un “sí, quiero”. En cambio, en Chile, como en España y en tantos otros países, un “sí, quiero” es un “si quiero”: Si quiero, sí y si no quiero, no. Afortunadamente, siempre nos quedará Malta. Y medio bocadillo.

 
 

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