Dos mil años es mucho tiempo. Las cosas cambian,
crecen, evolucionan. Pensar en el mundo que pisó nuestro Señor es pensar
en uno prácticamente desconocido para nosotros, inmersos en una cultura
"occidental", viviendo en países "teóricamente"
desarrollados.
Escenas, personajes y situaciones que leemos en los
Evangelios pueden parecernos remotas, pintorescas o increíbles pero sin
duda que no están allí por casualidad.
Estos relatos no son anecdóticos. Configuran el marco
de un mensaje que es anuncio de la Buena Noticia ayer, hoy y siempre.
Fíjense sin ir mas lejos esos pasajes de los Hechos de
los Apóstoles en los que se describe la primera comunidad Cristiana:
allí hay mesas, gente comiendo, viudas, huérfanos, servicio. Hombres que
sirven a hombres. Manos que curan heridas, alientan corazones y calman
necesidades. Mesas, sillas, personas sentadas, personas. Mujeres, niños,
jóvenes, hombres, todos "uno" haciendo Iglesia. Sin grandes
ceremonias. Iglesia, comunidad. Sin distinciones. Allí, en determinado
momento se partía el pan, se pronunciaban las palabras y se comulgaba con
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ese Cristo que sentían y vivían
presente.
Si tuviéramos que graficarla, se podría decir que era
una iglesia "lineal", horizontal, sin divisiones ni
desproporciones. Misma mesa, misma Misa, mismo pan y mismas manos hacían
que esa comunidad deseada por Jesús se hiciera realidad cada día.
Los años fueron pasando y en muchos lugares esta
evolución nos fue transformando. Quizás erróneamente muchos de nosotros
vemos una Iglesia diferente, vertical. Dos columnas bien marcadas: de un
lado "la Iglesia" y del otro la gente. De uno el clero, del otro
los laicos; de uno las obras, del otro los pobres. Iglesia representada
como una especie de "local" en el cual una excelentísima
oferta, aguarda detrás de un mostrador a que se acerque la demanda. Un
mostrador invisible divide a los hombres y crea roles, funciones,
espacios, poderes y castas.
Incluso en muchas obras de Misericordia, ese mostrador
invisible sigue separando hermanos: oferta y demanda.
Poco queda de las primeras comunidades Cristianas. Poco
de esas mesas "horizontales" íntegramente compartidas por
hermanos.
Claro que no es sencillo. Decimos casi con pánico que
la pobreza crece día a día; que las necesidades avanzan y desbordan las
obras; que no se da abasto y por eso es necesario organizarse; poner el
mostrador, separar, hacer cola, dar número: poner orden, crear registros.
Ahora, cómo es esto. ¿No es que en tiempos de Jesús había muchos más
pobres? ¿No es que contaban con mínimos recursos? ¿No carecían ellos
de todo?. ¿Cómo hacían entonces? Esas mesas ¿eran mesas de pobres con
pobres?. Jesús en una caminata reunía más de cinco mil hombres (sin
contar mujeres y niños); hermanos que lo seguían sin tener nada para
comer. Parece entonces que pobres había de sobra. ¿Cómo es entonces que
pudieran organizarse?
Su Santidad, Juan Pablo II, nos convoca a ser
imaginativos en las soluciones de los problemas de pobreza, marginalidad y
miseria:
" Es la hora de una nueva "imaginación de la
caridad" que promueva, no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas
presentadas, sino la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con quien
sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como una limosna
humillante sino como un compartir fraterno." (1)
Y quizás esa convocatoria nos provoca la inquietud de
mirar hacia delante imaginando horizontes novedosos y desconocidos y
entonces, truncar todas nuestras inquietudes por el temor al fracaso. Sin
embargo, tenemos como Cristianos, actitudes del pasado que podrían hoy
convulsionar el mundo por su innovador enfoque. Las primeras comunidades
Cristianas son, tal vez un ejemplo de ello.
Pero somos temerosos. Nos hacemos fuertes como Iglesia
repartiendo cosas pero somos tímidos y fríos a la hora de repartir
aquello que consideramos (o deberíamos considerar) nuestro verdadero
Tesoro.
Tememos "espantar" a las personas
hablándoles y poniendo sobre la mesa a ese Cristo que nos lleva a obrar,
y al mismo tiempo sentimos que el tener cosas para dar es nuestra
verdadera fortaleza.
Pero lo cierto es que muchísimos de los hermanos que
se acercan a las obras necesitan por demás aquellas otras cosas que desde
nuestro corazón ocultamos; esperan de nosotros una apertura que los haga
sentir comunidad, Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo. Son las nuevas viudas y
los nuevos huérfanos; y los también nuevos Helenistas (millones de
Cristianos no practicantes) nos están reclamando lo mismo que a esos
primeros Cristianos: abran sus mesas, atiendan nuestras viudas, cobijen a
nuestros huérfanos: muéstrennos cuál es el verdadero significado de la
palabra Evangelio.
Ahora, qué es lo que nos están pidiendo: ¿qué les
demos de comer?, ¿qué los vistamos?. Quizás la nueva creatividad nos
debería llevar a entender que lo que están pidiendo es que los
"hagamos" Iglesia; que abramos de par en par las puertas de
nuestras comunidades para que estas crezcan horizontalmente, integrando a
los cientos o miles de personas que cotidianamente se acercan buscando
algo, y que se van felices con las "miguitas".
Quizás sea hora de volver a crear auténticas
comunidades. Justo en tiempo de eficientizar las obras, cambiar. Volver a
la idea de Iglesia que nos mostró Jesús: comunidades. Pero no al estilo
rebuscado de los antiguos hippies, sino al sencillo de nuestra vida
cotidiana. Integrando en todo lo que podemos integrar y sumando en todo lo
que podemos sumar. Transformar las obras de caridad en ámbitos de
Misericordia, y compartir.
Sin duda que puede ser una tarea muy complicada pero,
la ventaja es que no tenemos que preocuparnos por el tiempo; sí es
menester que nos ocupemos de ir cambiando. Tardamos dos mil años en
llegar hasta aquí, así que sería natural que demoráramos un tiempo en
"pegar la vuelta". Pero los primeros signos deberíamos darlos.
Porque en esos primeros signos comenzarán a aparecer las también
primeras letras de la Buena Noticia y esa es nuestra misión: comunicar a
nuestros hermanos el porqué de su esperanza, y viendo sus rostros,
renovar y reforzar la nuestra.
"Por eso tenemos que actuar de tal manera que los
pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como "en su
casa". ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación
de la Buena Noticia del Reino? Sin esta forma de evangelización llevada a
cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el
anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre riesgo de ser
incomprendido o de ahogarse en el mar de las palabras al que la actual
sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras
corrobora la caridad de las palabras."(2)
(1)(2) Su Santidad Juan Pablo II, Carta Apostólica
Novo Milennio Ineunte
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