Los primeros Cristianos

Pablo Muttini - 12 Apóstoles

Ha pasado mucho desde que Jesús nos enseñó cómo era la Iglesia que debíamos conformar. Años y hombres que fuimos haciendo nuestros propios cambios. Quizás hoy sea tiempo de volver a revivir detalles de esos primeros momentos y recrearnos en auténticas comunidades Cristianas.

Dos mil años es mucho tiempo. Las cosas cambian, crecen, evolucionan. Pensar en el mundo que pisó nuestro Señor es pensar en uno prácticamente desconocido para nosotros, inmersos en una cultura "occidental", viviendo en países "teóricamente" desarrollados.

Escenas, personajes y situaciones que leemos en los Evangelios pueden parecernos remotas, pintorescas o increíbles pero sin duda que no están allí por casualidad.

Estos relatos no son anecdóticos. Configuran el marco de un mensaje que es anuncio de la Buena Noticia ayer, hoy y siempre.

Fíjense sin ir mas lejos esos pasajes de los Hechos de los Apóstoles en los que se describe la primera comunidad Cristiana: allí hay mesas, gente comiendo, viudas, huérfanos, servicio. Hombres que sirven a hombres. Manos que curan heridas, alientan corazones y calman necesidades. Mesas, sillas, personas sentadas, personas. Mujeres, niños, jóvenes, hombres, todos "uno" haciendo Iglesia. Sin grandes ceremonias. Iglesia, comunidad. Sin distinciones. Allí, en determinado momento se partía el pan, se pronunciaban las palabras y se comulgaba con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ese Cristo que sentían y vivían presente.

Si tuviéramos que graficarla, se podría decir que era una iglesia "lineal", horizontal, sin divisiones ni desproporciones. Misma mesa, misma Misa, mismo pan y mismas manos hacían que esa comunidad deseada por Jesús se hiciera realidad cada día.

Los años fueron pasando y en muchos lugares esta evolución nos fue transformando. Quizás erróneamente muchos de nosotros vemos una Iglesia diferente, vertical. Dos columnas bien marcadas: de un lado "la Iglesia" y del otro la gente. De uno el clero, del otro los laicos; de uno las obras, del otro los pobres. Iglesia representada como una especie de "local" en el cual una excelentísima oferta, aguarda detrás de un mostrador a que se acerque la demanda. Un mostrador invisible divide a los hombres y crea roles, funciones, espacios, poderes y castas.

Incluso en muchas obras de Misericordia, ese mostrador invisible sigue separando hermanos: oferta y demanda.

Poco queda de las primeras comunidades Cristianas. Poco de esas mesas "horizontales" íntegramente compartidas por hermanos.

Claro que no es sencillo. Decimos casi con pánico que la pobreza crece día a día; que las necesidades avanzan y desbordan las obras; que no se da abasto y por eso es necesario organizarse; poner el mostrador, separar, hacer cola, dar número: poner orden, crear registros. Ahora, cómo es esto. ¿No es que en tiempos de Jesús había muchos más pobres? ¿No es que contaban con mínimos recursos? ¿No carecían ellos de todo?. ¿Cómo hacían entonces? Esas mesas ¿eran mesas de pobres con pobres?. Jesús en una caminata reunía más de cinco mil hombres (sin contar mujeres y niños); hermanos que lo seguían sin tener nada para comer. Parece entonces que pobres había de sobra. ¿Cómo es entonces que pudieran organizarse?

Su Santidad, Juan Pablo II, nos convoca a ser imaginativos en las soluciones de los problemas de pobreza, marginalidad y miseria:

" Es la hora de una nueva "imaginación de la caridad" que promueva, no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas presentadas, sino la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como una limosna humillante sino como un compartir fraterno." (1)

Y quizás esa convocatoria nos provoca la inquietud de mirar hacia delante imaginando horizontes novedosos y desconocidos y entonces, truncar todas nuestras inquietudes por el temor al fracaso. Sin embargo, tenemos como Cristianos, actitudes del pasado que podrían hoy convulsionar el mundo por su innovador enfoque. Las primeras comunidades Cristianas son, tal vez un ejemplo de ello.

Pero somos temerosos. Nos hacemos fuertes como Iglesia repartiendo cosas pero somos tímidos y fríos a la hora de repartir aquello que consideramos (o deberíamos considerar) nuestro verdadero Tesoro.

Tememos "espantar" a las personas hablándoles y poniendo sobre la mesa a ese Cristo que nos lleva a obrar, y al mismo tiempo sentimos que el tener cosas para dar es nuestra verdadera fortaleza.

Pero lo cierto es que muchísimos de los hermanos que se acercan a las obras necesitan por demás aquellas otras cosas que desde nuestro corazón ocultamos; esperan de nosotros una apertura que los haga sentir comunidad, Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo. Son las nuevas viudas y los nuevos huérfanos; y los también nuevos Helenistas (millones de Cristianos no practicantes) nos están reclamando lo mismo que a esos primeros Cristianos: abran sus mesas, atiendan nuestras viudas, cobijen a nuestros huérfanos: muéstrennos cuál es el verdadero significado de la palabra Evangelio.

Ahora, qué es lo que nos están pidiendo: ¿qué les demos de comer?, ¿qué los vistamos?. Quizás la nueva creatividad nos debería llevar a entender que lo que están pidiendo es que los "hagamos" Iglesia; que abramos de par en par las puertas de nuestras comunidades para que estas crezcan horizontalmente, integrando a los cientos o miles de personas que cotidianamente se acercan buscando algo, y que se van felices con las "miguitas".

Quizás sea hora de volver a crear auténticas comunidades. Justo en tiempo de eficientizar las obras, cambiar. Volver a la idea de Iglesia que nos mostró Jesús: comunidades. Pero no al estilo rebuscado de los antiguos hippies, sino al sencillo de nuestra vida cotidiana. Integrando en todo lo que podemos integrar y sumando en todo lo que podemos sumar. Transformar las obras de caridad en ámbitos de Misericordia, y compartir.

Sin duda que puede ser una tarea muy complicada pero, la ventaja es que no tenemos que preocuparnos por el tiempo; sí es menester que nos ocupemos de ir cambiando. Tardamos dos mil años en llegar hasta aquí, así que sería natural que demoráramos un tiempo en "pegar la vuelta". Pero los primeros signos deberíamos darlos. Porque en esos primeros signos comenzarán a aparecer las también primeras letras de la Buena Noticia y esa es nuestra misión: comunicar a nuestros hermanos el porqué de su esperanza, y viendo sus rostros, renovar y reforzar la nuestra.

"Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como "en su casa". ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Noticia del Reino? Sin esta forma de evangelización llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de las palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras."(2)

(1)(2) Su Santidad Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Milennio Ineunte


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