¿Fin de la globalización?
José Alberto Villasana

Nos encontramos en una encrucijada y urge reformar la economía mundial desde su raíz, partiendo de una concepción antropológica que garantice la centralidad de la persona humana y que globalice la solidaridad.
  

Lejos de sus patentes beneficios particulares, o de sus inevitables daños a la soberanía y a las masas, el problema de la globalización radica en su carácter prevalentemente economicista, y en la carencia de una concepción antropológica que salvaguarde la primacía de la persona humana.

No sólo sucedió con el socialismo. Tampoco el modelo liberal se pudo sustraer a la finalidad de un bienestar reductivo alcanzado por unos cuantos.

El primero negó el derecho humano a la propiedad privada y derivó en un totalitarismo que coartaba a la persona en sus más elementales derechos. El segundo cristalizó en un sistema caracterizado en privatizar beneficios y distribuir costos sociales.

Lo que se heredó intacta fue la ética materialista: la globalización es buena porque funciona, no porque solucione las necesidades humanas.

Bajo ese axioma, los pueblos han tenido que ir aceptando un proceso que privilegia los aspectos financieros sobre los sociales.

La centralidad de la persona, que en el socialismo fue transgredida por la injerencia del Estado protector, en el liberalismo fue sofocada por unas leyes de mercado que comenzaron a proyectarse contra el bienestar de las poblaciones.

En el mundo socializado, la primacía no estaba en la dignidad humana del sujeto del trabajo, sino en la comunización de bienes impuesta por un sistema que negaba a los individuos los derechos más elementales.

En el mundo libre, que inició con la gran depresión de los años treinta, se dio una nueva imposición: la del capitalismo keynesiano y la de un "Nuevo Orden" unipolar que Heinz Dieterich justificadamente llama el IV Reich.

Los números revelan lo absurdo que es querer describir la economía occidental como de "libre" comercio. Veinte, de los veintiseis países actualmente industrializados, tienen más medidas proteccionistas hoy que hace una década. Y un atento análisis del proceso de globalización, desde las negociaciones previas al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) hasta las medidas políticas del Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), muestra que más bien se puede hablar de una sujeción que neutraliza al Estado, y cuya consecuencia es la reducción de los gobiernos a una función de mera dependencia, mientras que las transnacionales pueden obtener libre acceso a los recursos de las regiones y a su mano de obra barata, monopolizando la tecnología, la inversión y la producción mundial bajo una fuerte planificación internacional centralizada. Las transacciones comerciales, de las 350 empresas más grandes del mundo, realizan cerca del 40% del comercio global y ello representa más de un tercio del comercio de los Estados Unidos.

Sin embargo, ni siquiera ese país se ha librado de un proceso que ha llevando a enormes desigualdades entre los que tienen y los que no tienen: la clase media continúa desapareciendo, el desempleo sigue estancado, la actividad productiva se halla en graves aprietos y los servicios sociales son insuficientes.

Desafortunadamente, las exiguas soluciones que algunos pensadores proponen casi nunca se encaminan a solucionar la raíz de los problemas. Pocas veces se presta atención a las graves deficiencias filosóficas, sociológicas y hasta económicas que las doctrinas tradicionales presentan. Del totalitarismo dirigista se pasó automáticamente al dogmatismo de un capitalismo salvaje e irrestricto en que el individualismo exagerado, la poca solidaridad y, sobre todo, la corrupción y el abuso impunes, han conducido a la inestabilidad, a la intolerancia y a una nueva y peor desvalorización de la persona.

De allí los viejos y nuevos atropellos contra los individuos. Ambos sistemas habrían de ser impuestos por la fuerza si ello fuese necesario. En el caso del comunismo, se confinaba a campos de concentración a quienes "se oponían" al régimen. En el caso de la nueva doctrina, se somete a fuego a poblaciones que se resisten al cambio aportado por la globalización, como en Chechenia, o se efectúa presión "diplomática" mediante legislaciones extraterritoriales, como en el caso de Cuba, o simplemente se sacralizan esquemas macroeconómicos de competencia que afectan directamente los salarios, el empleo y el bienestar de los pueblos.

Lo preocupante, para quienes vivimos el nuevo siglo, es que el sistema liberal está resultando tan frágil como el socialista, lo que está llevando a que un creciente número de analistas considere a Wall Street como el "último muro", casi prediciendo su ineludible desmoronamiento.

Muchos creían que el liberalismo había venido a sustituir los errores del socialismo, sobre todo a partir de su aparente derrumbe. Pero, en realidad, se sumaron las deficiencias de ambos sistemas, mientras que nunca pudimos rescatar la centralidad de la persona humana ni liberamos de la tendencia reductiva que ha pretendido imperar en la era post-moderna.

Quienes sí manejaron perfectamente la mundialización fueron las bandas del crimen organizado, las cuales se sitúan hoy por encima de los estados, produciendo una inmensa corrupción. Hoy día, en el planeta se gasta muchísimo más en droga y en armas, que en comida y vestido, con la paradoja de que aquellas empresas se administran de forma clandestina.

A tal grado el imperialismo financiero se convirtió en imperialismo narcopolítico, que el lavado de dinero no se explica sin los grandes circuitos financieros y, a su vez, esas instancias no se explican sin el lavado de dinero.

Suena escandaloso, pero lo que en estos momentos está evitando el colapso del sistema económico mundial son los narcodólares que en él se generan. Basta hacer cuentas.

Muchos pensadores y gobernantes están disparatando soluciones diversas: algunos proponen un nuevo Bretton Woods, otros le piden al Fondo Monetario que venda sus reservas de oro, otros quieren convocar un nuevo movimiento de no alineados y hasta hay quienes avanzan la iniciativa de crear un super banco mundial que absorba la iliquidez de las bancas centrales nacionales.

Se trata sólo de aspirinas: nos encontramos en una encrucijada y urge reformar la economía mundial desde su raíz, partiendo de una concepción antropológica que garantice la centralidad de la persona humana y que globalice la solidaridad.

Es decir, un sistema que propicie la productividad y no la especulación ni las ganancias clandestinas; un sistema basado en una moneda sólida y en parámetros fijos de producción y riqueza real; un sistema que comience por favorecer estructuras endógenas de autoconsumo; en fin, un sistema que considere a la persona, y no a la ganancia, como fin último de su actividad.

Este es el reto que enfrenta en estos momentos la globalización. De no resolverlo, veremos al liberalismo pasar a la historia como una doctrina más, entre las muchas que no pudieron solucionar los problemas más esenciales y apremiantes de la humanidad.

 

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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:19 -0600