San Josemaría: un santo de
lujo
Roberto Fernández Iglesias
Como los que saben serán juzgados por su discreción, discretamente van
llegando a Roma en estos días, desde los cuatro puntos cardinales, miles y
miles de miembros del Opus Dei que se regocijan por la canonización de su
Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer el próximo 6 de octubre. Quieren
evitar la ostentación y el triunfalismo y, hacen bien porque tales cosas
no son de buen gusto en este mundo nuestro, y porque saben que, hagan lo
que hagan, los del Opus Dei no se librarán en mucho tiempo de ciertas
críticas sistemáticas. Pero no se enciende una lámpara para esconderla,
sino para ponerla sobre el candelero y para que ilumine así a todos los de
casa.
Josemaría
Escrivá de Balaguer fue un hombre que se forjó en el surco y el camino del
Reino de Dios, asumidos siempre desde la fe y desde la sacramentalidad de
la Iglesia. Vio con mucha claridad que los laicos están llamados a la
santidad desde su vida concreta y mundana y que para ser santo no hay que
escapar del mundo, sino comprometerse con él desde el trabajo y la
cotidianidad para así llegar a Cristo.
Es
Cristo el que hace a los hombres amigos de Dios a través de su sacrificio
en la Cruz, y necesitamos unirnos a El en la oración y los sacramentos
para tener aquella gracia santificante que nos da el Espíritu Santo y nos
hace hijos de Dios.
Es
una espiritualidad clásica, una santidad entendida como heroísmo o calidad
total en la vida cotidiana con la originalidad del talante personal de San
Josemaría. Un hombre encantador que encontró el lenguaje moderno para
hablar a nuestro tiempo como el padre habla al hijo, como un maestro habla
con su discípulo, como un pastor habla con sus fieles, sin apartarse nunca
del dogma y de la moral católica y en franca sumisión al Papa.
Su
carisma tan personal le permitió reunir un equipo de élite dispuesto a
todo, que empezó por donde siempre hay que empezar: por una formación
sólida y a fondo, lo que produjo la inteligencia necesaria para lograr una
amplia difusión por los cinco continentes, una inyección de vida nueva en
la vida de la Iglesia y un posicionamiento nuevo de la Iglesia en el mundo
actual.
El
6 de octubre la Iglesia universal se regocijará de que San Josemaría ya
esté en el cielo y desde allí nos pueda ayudar a todos. El cielo de los
cristianos se diferencia del cielo de los budistas, el nirvana, en el que
los miembros conservan su propia inidividualidad.
No
se diluyen allí los cristianos como las gotas en un océano confundiéndose
con el todo, sino que conservan su talante personal. Así como el Cristo
resucitado lleva impresas para siempre en su cuerpo glorioso las cinco
llagas de la crucifixión y de la historia, así nosotros resucitaremos y
nos transformaremos, pero conservando el perfil y la sustancia de lo que
fuimos. Igual que la biodiversidad expresa la riqueza creadora de nuestro
Dios, así la pluralidad de los santos manifiesta la generosidad de un Dios
que para santificarnos no destruye nuestra naturaleza ni mucho menos
nuestra personalidad sino que la perfecciona.
La
canonización de Josémaría Escrivá de Balaguer supone el reconocimiento de
la Iglesia de un nuevo perfil de santidad en los tiempos de la modernidad.
Publicado en periódico HOY, domingo 29 de septiembre. Quito, Ecuador
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