El culto a la santa
muerte
Jorge Luis Zarazúa Campa
Se trata de una de las supersticiones más difundidas
en México. He aquí algunos elementos que nos pueden ayudar a entender su
difusión y a estar mejor informados para orientar a los desprevenidos.
Un culto muy extendido
El culto a la Santa Muerte parece estar de moda. En los
puestos de periódicos es fácil encontrar folletos y revistas, que se
ocupan de promover la «devoción» a la Santísima Muerte, como le llaman
afectuosamente sus devotos.
Sus imágenes y todo lo relacionado con esta «devoción»
pueden conseguirse con suma facilidad en las tiendas esotéricas y en los
mercados populares.
Tanto se ha extendido su culto que muchos católicos la
consideran un santo más de la Iglesia católica, tal vez porque sus
promotores se encargan de difundirla con estas características,
precisamente para atraer a los desprevenidos católicos. No falta algún
católico «despistado» que lleva a bendecir la imagen al templo parroquial.
Un origen incierto
El origen del culto a la Santa Muerte es muy incierto,
aún para sus mismos promotores. Algunos de ellos lo consideran un culto
prehispánico, que sobrevivió a pesar de la oposición de la Iglesia
católica.
Según los que promueven esta «devoción», se trataría de
la supervivencia del culto a Mictlantecuhtli, que, en la mitología azteca,
es el dios de la muerte, señor del Mictlán, el silencioso y oscuro reino
de los muertos. Esta divinidad prehispánica se asemeja al dios maya Ah
Duch, al que solía representársele como un cuerpo putrefacto con una
cabeza casi calavérica adornada con campanas y collares de huesos y
plumas.
A Mictlantecuhtli se le representaba como un esqueleto,
o al menos su cabeza es una calavera. Los aztecas, con el fin de tener
aplacado a Mictlantecuhtli, le enviaban regalos suntuosos, entre los que
no faltaban pieles de hombres desollados para que cubriera sus huesos
descarnados.
Otros difusores de este tétrico culto lo consideran de
origen africano, introducido por los miles de esclavos africanos que
fueron arrancados de su tierra para trabajar en los territorios
conquistados en el Nuevo Mundo, aunque esta teoría es poco consistente.
Otros más aseguran que en el siglo XIX, sin llegar
nunca a precisar la fecha exacta, la Santa Muerte se le apareció en una
visión a un brujo chamán del pueblo de Orizaba, en el estado mexicano de
Veracruz. Según esta versión, la Santa Muerte le ordenó a este chamán
difundir su culto. Ella, por su parte, se comprometió a auxiliar
grandemente a quien acudiera a ella en búsqueda de ayuda. A partir de
allí, su culto se ha difundido tanto que encontramos comunidades en
Internet que propagan esta devoción.
Idolatría y credulidad
Para ayuda de los católicos, conviene señalar que esta
falsa devoción atenta contra el 1º Mandamiento, que nos manda amar a Dios
sobre todas las cosas. Es, pues, una forma de idolatría, pues los
«devotos» de la Santa Muerte creen que las imágenes tienen poder, que no
depende tanto del tamaño de la imagen, sino de los rituales que se hacen
para «consagrarla».
Los que promueven este culto señalan detalladamente el
ritual necesario para «consagrarla» y colocarla en el sitio más adecuado.
Según ellos, la «Señora», como también la llaman, se encargará de avisar
al «creyente» si le agrada o no el lugar escogido. Esto lo hará a través
de un sueño o de un suceso extraño. Si ella quiere ser cambiada de lugar,
no hay más que complacerla, repitiendo todo el ritual necesario.
Las ofrendas que se le presentan a la imagen suelen ser
las siguientes: manzanas, dulces, pan, licor, etc. Lo que nunca debe
faltar en la ofrenda, aseguran sus devotos, es el vaso con agua, una
veladora encendida y un pan. Aparte de esto, cada devoto puede ofrecerle
lo que considere más conveniente.
Los días más adecuados para festejarla son el dos de
noviembre y el aniversario de su llegada a cada casa.
Los devotos de la Santa Muerte la consideran una ayuda
invaluable en los problemas familiares, desempleo, envidias, enemistades,
cuestiones de salud, amor o cualquier otro problema.
Incluso, aseguran, la Santísima avisa oportunamente a
sus devotos para que eviten accidentes, robos o cualquier otro imprevisto
que atente contra la integridad del creyente.
La muerte no es una persona, es sólo un proceso
biológico
Tal vez lo que favorece la extensión de este culto es
su parecido con la devoción católica a los santos y a las imágenes de los
santos. Pero no hay que irse con la finta. Mientras las imágenes de los
santos representan a personas que vivieron en grado heroico la fe
cristiana, la Santa Muerte no representa a nadie, puesto que la muerte no
es una persona.
En efecto, la muerte no es otra cosa que la cesación o
el término de la vida. Es sólo un proceso biológico que ocurre cuando las
funciones vitales — la respiración y la circulación (expresada por los
latidos del corazón) — se detienen y se da la pérdida irreversible de
actividad cerebral, especialmente cuando se da la ausencia de actividad en
los centros cerebrales superiores, principalmente el neocórtex.
Así, pues, la Santa Muerte no puede ayudar a nadie,
puesto que no existe. No es un ser personal.
Conclusión
Aunque es comprensible la extensión de este peculiar
culto, pues responde a las necesidades más apremiantes de los mexicanos,
especialmente en el contexto socioeconómico actual, caracterizado por el
desempleo, la pérdida del poder adquisitivo y múltiples problemas en las
relaciones interpersonales, conviene señalar que no se trata de una
devoción auténtica, pues conduce a la idolatría, tan condenada por las
Sagradas Escrituras.
Sin embargo, hay que considerar que la popularidad de
este tipo de cultos puede ayudar a que nosotros, los agentes de pastoral,
podamos orientar adecuadamente al pueblo católico sobre lo inútil de este
tipo de devociones. Al mismo tiempo, podemos informar oportunamente el
culto católico a los santos y a sus imágenes, un culto que está
completamente de acuerdo con el dato bíblico.
El hecho innegable del culto a la Santa Muerte es, en
esta perspectiva, una magnífica oportunidad para promover la devoción
auténtica a los santos y a sus imágenes, para purificar la religiosidad
popular, añadiéndole el fundamento bíblico y del Magisterio de la Iglesia,
tan rico en enseñanzas.
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