17. Carta de un socialista
a su hijo
Enviado por: Raúl Sempere Durá
En 1919 el diario socialista de París «L’Humanité» publicó
una carta dirigida por un padre socialista a su hijo. Trataba de la
enseñanza de la religión, y fue escrita con tan buen sentido y con tanta
honradez, que la creo digna de que sea conocida en tiempos tan confusos
como los actuales
En 1919 el diario socialista de París
«L’Humanité» publicó una carta dirigida por un padre socialista a su hijo.
Trataba de la enseñanza de la religión, y fue escrita con tan buen sentido
y con tanta honradez, que la creo digna de que sea conocida en tiempos tan
confusos como los actuales. Dice así:
«Querido hijo:
Me pides un justificativo que te exima de
cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta
manera que la mayor parte de los condiscípulos, y temo que también un poco
para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas.
Este justificativo, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás.
No es porque desee que seas clerical, a
pesar de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que
profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad
suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño
decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo
serían sin un estudio serio de la religión.
Te parecerá extraño este lenguaje después
de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo mío,
declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que están en pugna con
el más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un
conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo
el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir
una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?.
Dejemos a un lado la política y las
discusiones, y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables
que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para
comprender la historia y la civilización de los griegos y de los romanos,
y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después
de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y
produjo una nueva civilización?
En el arte, ¿qué serán para ti las obras
maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el
motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen? En
las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón,
Lacordaire, De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon
exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine,
Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al
cristianismo sus más bellas inspiraciones?.
Si se trata de derecho, de filosofía o de
moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la
filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal? -éste es el
pensamiento de Juan Jacobo Rousseau-.
Hasta en las ciencias naturales y
matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos
fervientes; Ampère era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y
decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se
entrega a fantasías teológicas. ¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en
todas tus lecturas y en todos tus estudios?
Hay que confesarlo: la religión está
íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana;
es la base de la civilización, y es ponerse fuera del mundo intelectual y
condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia
que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias
preclaras.
Ya que hablo de educación: para ser un
joven bien educado, ¿es preciso conocer y practicar las leyes de la
Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las
practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no
las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple
«savoir vivre», hay que convenir en la necesidad de conocer las
convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos
obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder
guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son
debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin
nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que te
digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión, pero
todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y
otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de consuno los
hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos
medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su
conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para
comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que
tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les
obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad, exige la
facultad de poder obrar en sentido contrario.
Te sorprenderá esta carta, pero precisa,
hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso
podría excusarme de esa obligación”.
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