Todas las religiones del mundo aceptan, o soportan, militantes que van desde lo fanático hasta lo desteñido. Pero si algo les une, aparte de unos principios fundamentales, es precisamente cualquier ofensa que golpee a unos y otros donde más les duele.
Si el islam hubiese permitido la expresión gráfica de la figura de Alá, o de su profeta Mahoma, seguramente habría contribuido de manera enorme y significativa al desarrollo del arte, como lo hizo la cultura cristiana. Pero decidió no permitir que hubiese imágenes en su culto y eso es, y debe ser, totalmente respetable. Quien se atreva a violar ese paradigma, en nombre de una de las libertades propias de la cultura occidental, olvida que esas libertades tienen límites, entre los cuales sobresalen el del bien ajeno y el del respeto hacia las creencias y valores de los demás.
Todo el que hasta este momento hubiese ignorado que el islam prohíbe la representación de Dios, o de sus profetas, en imágenes, ahora esta plenamente notificado de que dicho precepto es uno de los más sagrados de la fe musulmana. Por eso puede comprender que la publicación de unas caricaturas en las que alguien se toma el atrevimiento de representar gráficamente, y de paso ridiculizar, al máximo de sus profetas, constituye una violación y una afrenta.
Todas las religiones del mundo aceptan, o soportan, militantes que van desde lo fanático hasta lo desteñido. Pero si algo les une, aparte de unos principios fundamentales, es precisamente cualquier ofensa que golpee a unos y otros donde más les duele. Lo que por lo general sucede cuando se pisotea uno de esos principios.
La excusa de los protectores del caricaturista, y de quienes han reproducido sus imágenes, no podría ser más insuficiente y contradictoria frente al conjunto de los valores de la civilización occidental. La razón es muy sencilla: El ejercicio de las libertades, deja de ser un acto virtuoso para convertirse en vicioso cuando pisotea otras libertades y ofende, a propósito, el alma de pueblos enteros.
Las reacciones del lado de los ofendidos sacuden al mundo y llenan las pantallas y los titulares, pero casi nadie repara en el hecho elemental de que el asalto a embajadas y la quema de banderas, más todo lo que pueda venir, no se habría producido si no se hubiese dado la ofensa inicial. Ofensa particularmente significativa en medio de esa extremada sensibilidad entre Islam y Occidente que se ha ido fermentando debido a acciones y equivocaciones de ambos lados.
Puesta a prueba, hipotéticamente, la fidelidad al principio de la libertad de expresión, está por verse si los periódicos y medios que han publicado, ostentosos o chismosos, las caricaturas danesas, estarán dispuestos a publicar con el mismo fervor los horrores que se puedan dibujar sobre personajes, hechos y fenómenos de esos que Occidente pueda llevar en el alma, o que le puedan causar vergüenza.