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Atracción por el riesgo y miedo al compromiso

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Cada vez hay más solteros cercanos a los 40 y los sobrepasan que van de fiesta en fiesta coqueteando con el amor pero sin atraparlo. ¿Qué pasa?


La juventud siempre se ha sentido atraída por el riesgo, mas nunca como ahora. Las competiciones elevan más y más el nivel de dificultad y riesgo; se inventan nuevos deportes para practicar en solitario la aventura del peligro y la velocidad se cobra cada día nuevas vidas jóvenes en las carreteras.

Cuando los jóvenes acuden al alcohol y a las drogas, lo hacen en parte por evadirse de la monótona realidad de sus hábitos gregarios, pero también por experimentar nuevos riesgos. Asistimos a una especie de plaga que se extiende sin que ningún laboratorio farmacéutico invente una vacuna eficaz. Y resulta paradójico que, a la vez, la juventud sea cada vez más reacia al compromiso.

¿No es compromiso un voluntariado con niños, enfermos o ancianos en el primer o en el tercer mundo? Sí, pero compromiso abierto, circunscrito a unas horas, unas vacaciones, incluso un año en acciones hermosamente humanitarias que dan calidad a su vida, mientras retrasan construir en serio su veda atándose en un matrimonio estable. Y esto pasa entre los que se dicen agnósticos y entre creyentes y practicante. Sobre todo les pasa a ellos, porque a veces ellas se van hundiendo en la amargura de ver frustrada su natural esperanza de tener marido e hijos.

Cada vez hay más solteros cercanos a los 40 y los sobrepasan que van de fiesta en fiesta coqueteando con el amor pero sin atraparlo. ¿Qué pasa? Pasa que la cultura de la banalidad y los ejemplos del desamor, tan abundantes, penetran como por ósmosis en una juventud carente de fortaleza moral.

¿Remedios? No podemos esperarlos –al menos de momento-, ni de las leyes ni de la política. Deberían llegar de padres y educadores. Y siempre queda el estupendo camino del contagio: cada pareja joven que se casa, tiene hijos y muestra a sus amigos la alegría extraída del compromiso a veces sacrificado y costoso, abre ventanas a sus amigos para que vislumbren la plenitud humana del amor comprometido y estable.

Y a veces –como recordaba Susana Tamaro en una entrevista-, de los malos ejemplos de los padres, pueden madurar las mejores convicciones en los hijos; del ejemplo del desamor puede nacer el anhelo de construir un núcleo de amor familiar.