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El relativismo de Benedicto XVI

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"Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas."

 

"Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar «zarandear por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas." Con estas palabras, y en momentos tan importantes en la historia de la Iglesia, como era el Conclave para elegir al sucesor de San Pedro, el entonces cardenal Joseph Ratzinger denunciaba uno de los males de nuestros tiempos: el relativismo.

Pensar en el relativismo es llevar nuestra mente al mundo de las ideologías hoy en boga. En el mundo europeo, laicizado y pragmático lo vemos en los debates de bioética, de la política, de la sociedad que trata de construirse un mundo sin Dios, como bien lo atestiguaba la exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa: "La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera." En el mundo latinoamericano, vemos la barca de la fe zarandeada muchas veces por ideologías de signo marxista, con la teología de la liberación o la teología indigenista. Y en Asia y Oceanía la fe católica muchas veces se diluye y se pierde en el falso diálogo interreligioso.

Podemos encasillar fácilmente el relativismo en esos mundos de Dios, pero podemos pasar por alto nuestro mundo, el mundo religioso femenino. Imaginar que el relativismo religioso ha encontrado un nicho en la vida consagrada femenina pudiera parecer aventurado, quizás incluso criticado y visto con recelo. Y sin embargo, los hechos en la vida real nos demuestran otra cosa. Objeto de este artículo será el análisis del relativismo en la vida religiosa femenina. Partiendo de una definición del término y de su aplicación a la vida religiosa femenina, llegaremos a sacar conclusiones en base a los hechos que se dan desde el gobierno general hasta la vida cotidiana en las comunidades femeninas.

"Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina" (Ef. 4, 14).

Junto con el Cardenal Ratzinger, podemos afirmar que el relativismo es no tener una fe clara, según el credo de la Iglesia. El hombre, a través de sus facultades, posee la capacidad de conocer y de hacer la verdad. Mediante la razón y la voluntad puede conocer y adherirse a las verdades que forman la esencia del mundo y la esencia de su ser. "La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o implícita, una serie de elementos que permiten obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los cristianos han tomado conciencia progresivamente de la riqueza contenida en aquellas páginas sagradas. De ellas se deduce que la realidad que experimentamos no es el absoluto; no es increada ni se ha autoengendrado. Sólo Dios es el Absoluto. De las páginas de la Biblia se desprende, además, una visión del hombre como imago Dei, que contiene indicaciones precisas sobre su ser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu." Es por tanto, a través de la Revelación que el hombre puede conocer la verdad sobre el mundo y la verdad sobre sí mismo.

Las facultades del hombre han quedado heridas por el pecado original y si bien redimidas por Cristo, no escapan a la huella que en ellas ha dejado este pecado, por lo que no siempre tienden a la verdad, dejándose guiar muchas veces por los instintos, las pasiones, los intereses propios. De esta manera, la razón y la voluntad pueden desviarse de su objetivo que es conocer y hacer la verdad. "Debido al misterioso pecado del principio, cometido por instigación de Satanás, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44), el hombre es tentado continuamente a apartar su mirada del Dios vivo y verdadero y dirigirla a los ídolos (cf. 1 Ts 1, 9), cambiando «la verdad de Dios por la mentira» (Rm 1, 25); de esta manera, su capacidad para conocer la verdad queda ofuscada y debilitada su voluntad para someterse a ella. Y así, abandonándose al relativismo y al escepticismo (cf. Jn 18, 38), busca una libertad ilusoria fuera de la verdad misma."

En el pasado muchas doctrinas e ideologías pretendían ofrecer una solución errónea pero sólida a la pregunta sobre el sentido de la vida. Sin embargo, "el relativismo, que es la principal característica que distingue al mundo así llamado postmoderno… esconde o banaliza la meta misma, afirmando que la cuestión sobre el sentido de la vida <<no tiene sentido>>." De esta manera " la fuerza salvífica de la verdad es contestada y se confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo."

El relativismo se presenta por tanto como un mal de nuestros tiempos. Sin detenernos en un análisis exhaustivo de sus orígenes históricos, podemos señalar que la filosofía ha jugado un papel importante para el nacimiento de esta ideología. La filosofía moderna, en lugar de apoyarse en la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha subrayado y hasta exasperado, los límites y los condicionamientos de esta capacidad, de forma que niega en muchas ocasiones no sólo la capacidad de conocer la verdad, sino la existencia de la verdad misma. "La pregunta de Pilato: "¿Qué es la verdad?", emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va."

Bajo esta ideología, si la verdad no existe, o es difícil de alcanzar, cada persona se erige como centro de la verdad. No existen por tanto puntos fijos, coordenadas seguras, ya que cada persona construye su propio esquema de vida, no bajo principios objetivos, los cuales no existen o no pueden existir, sino bajo las circunstancias cambiantes del mundo y su adecuación al momento en el que se vive. Una vida en la cual se busca más el sobrevivir, que el vivir bien. La ética o el arte del buen vivir queda relegado como un objeto de anticuariato. "La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas."

No existen por tanto los principios para el relativismo, sino solamente situaciones, momentos fugaces, oportunidades. La barca de la vida está al vaivén de cualquier doctrina o pensamiento, podemos afirmar que está a merced del último impostor, o de la ideología en boga, como recordaba el Cardenal Giacomo Biffi: "Tal parece que las ideologías, para ser creídas deben ser como los huevos, es decir, del día"

"… a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error." (Ef. 4, 14).

Centrando nuestro análisis en el período post-conciliar, vemos como la vida religiosa femenina ha sido zarandeada por quienes quisieron interpretar los documentos conciliares, sin tomar como referencia el evangelio, la tradición de la Iglesia y el Magisterio. La puerta al relativismo quedó abierta cuando según estos teólogos, se interpretó el aggiornamento y la renovación por cambio esencial.

Ya Pablo VI, con ojo avizor, había tomado el pulso a cierta renovación que algunas congregaciones religiosas estaban dando, sin tomar en cuenta los puntos esenciales de la vida consagrada, circunscritos en el Decreto Perfectae caritatis. Múltiples y variadas fueron las interpretaciones que se siguieron de estos números, dejando a los Institutos religiosos y a las congregaciones al vaivén de las interpretaciones personales, en lugar de tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia.

Así vemos con tristeza como algunas congregaciones religiosas han dejado a un lado la vida de oración, han interpretado humanamente los votos religiosos y se han olvidado de ver la vida fraterna en comunidad como un misterio y como un don de Dios.

Si bien es cierto que los constantes cambios del mundo obligan a la vida consagrada a su adaptación, esta adaptación no toca la esencia y el carisma de la vida consagrada, esto es, el seguimiento más cercano de Jesucristo. Adaptarse a los cambios no es dejar lo esencial, sino que es modificar lo accidental para que lo esencial siga brillando. Lo contrario es seguir el juego al relativismo, dejándose llevar por las interpretaciones y las doctrinas de moda.

Podríamos mencionar muchísimos más aspectos en los cuales el relativismo ha ido influenciando a la vida religiosa femenina en el período de la renovación. Bástenos mencionar dos más, que considero esenciales para entender la situación por la que atraviesa la vida consagrada femenina.

Al dejar a un lado los principios esenciales de la fe, caen por sí solo las estructuras y los medios que llevaban a vivir mejor la vida consagrada. Si cada opinión vale lo mismo que cualquier otra, si nadie tiene la verdad absoluta y todos poseen una parte de esa verdad, entonces, nadie puede estar seguro de poseer la verdad. De esta manera la tradición y el magisterio de la Iglesia han sido duramente contestados en este período. Si la Iglesia había expresado su pensamiento sobre la vida consagrada, y de hecho el período del post-Concilio ha sido rico en la producción de una Teología de la vida consagrada, no han faltado mujeres consagradas que han preferido seguir líneas en disonancia, sino es que totalmente opuestas, a lo que la Iglesia entiende por vida consagrada. Hay quienes aún están buscando lo que deberá ser la vida consagrada en el futuro, suponiendo que pueda cambiar lo que en esencia no puede cambiar.

Otro aspecto del relativismo ha sido el mismo apostolado. Si nadie posee la verdad absoluta, la persona de Jesucristo no es el único salvador de la humanidad. Todas las religiones, según el pensamiento relativista, poseen una cierta verdad, por lo que no puede establecerse la prioridad de una sobre las demás. La religión católica viene a considerarse como una propuesta entro otras muchas y no como la religión que salva. De ahí el carácter apagado, lánguido, casi difuminado de un apostolado que se contenta con no molestar a los demás, en lugar de ser testimonio de la Verdad.

"… antes bien, siendo sinceros en amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo." (Ef. 4, 15).

La persona consagrad está llamada, ante todo, a seguir a Jesucristo, de modo tal que pueda configurar su vida con la de Cristo mismo: "En la mirada de Cristo (cf. Mc 10, 21), «imagen de Dios invisible» (Col 1, 15), resplandor de la gloria del Padre (cf. Hb 1, 3), se percibe la profundidad de un amor eterno e infinito que toca las raíces del ser. La persona, que se deja seducir por él, tiene que abandonar todo y seguirlo (cf. Mc 1, 16-20; 2, 14; 10, 21.28). Como Pablo, considera que todo lo demás es « pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús », ante el cual no duda en tener todas las cosas « por basura para ganar a Cristo » (Flp 3, 8). Su aspiración es identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y su forma de vida. Este dejarlo todo y seguir al Señor (cf. Lc 18, 28) es un programa válido para todas las personas llamadas y para todos los tiempos."

Si esta es la aspiración de toda persona consagrada, deberá fundamentar su vida en una fe clara, según el Credo de la Iglesia. Esta fe tiene que permear todas las circunstancias y acontecimientos de su vivir diario, de forma que pueda exclamar con San Pablo "vivo yo, pero no soy yo quien vive, sino es Cristo que vive en mí." Pero vivir la fe clara, como hemos visto, no es fácil. Puede desviarse por falsas interpretaciones o por su misma voluntad, que sin quererlo, puede alejarlo de la verdad y erigirse a sí mismo como centro de toda decisión.

Antes que nada, es necesario formar una recta conciencia que permita a la persona consagrada conocer en dónde está el mal y en dónde está el bien. Una vez que se tenga la conciencia rectamente formada, deberá ilustrarse constantemente esta conciencia, con la doctrina de la fe clara, que se encuentra en el Credo de la Iglesia, esto es, en la tradición y en las mismas enseñanzas de la Iglesia. Todo ello conformará para la persona consagrada unos principios de vida. Guiarse por principios es la piedra angular para no dejarse llevar por el relativismo. Estos principios representan para la persona consagrada la doctrina de la Iglesia sobre aspectos fundamentales y esenciales de la vida consagrada, como por ejemplo: los votos religiosos o vínculos sagrados por los que se une más íntimamente a Cristo, la vida fraterna en comunidad, el apostolado, la oración.

Estos principios no quedan a la interpretación de cualquier persona, sino que vienen a sintetizarse en las Constituciones y la regla de vida. La persona consagrada puede acceder a estos documentos y aprender a vivir de acuerdo a ellos, con el fin de vivir el objetivo fundamental de su consagración, esto es, conseguir que Cristo se haga más presente en su vida, hasta lograr tener los mismos sentimientos que Él, tener las mismas actitudes y el mismo estilo de vida que tuvo Jesucristo.

Es este un trabajo arduo que requiere de humildad y fe. El relativismo quiere erigirse como centro de toda la verdad, exasperando un individualismo que no conoce frontera alguna. Quien quiera vivir de acuerdo a principios, es necesario que tenga la suficiente humildad para comprender que hay un Creador que está por encima de nosotros y que hacer en todo referencia al Creador no es servilismo, sino reconocimiento de una verdad fundamental. Necesaria será también la fe, para ver en esos principios la voluntad de Dios.

La forma práctica de vivir por principios será la de vivir de acuerdo a lo marcado por las Constituciones y la regla de vida, ya que ahí se encierra la voluntad de Dios para cada persona consagrada, de forma que haciendo vida de su vida, lo que ahí viene indicado, podrá alcanzar fácilmente su configuración con Cristo, sin temor alguno de dejarse zarandeada por cualquier viento de doctrina.