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Mañana le abriremos

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Convertirse no es fácil.  Si las cosas que merecen la salvación se hicieran fácilmente, cualquiera las haría, y sin la intervención de Dios.

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, Hermosura Soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

En este delicioso soneto de Felix Lope de Vega se plasma el espíritu de la cuaresma y de la Pascua, y la vida de la mayoría de nosotros.  Dios que se ofrece por nosotros y nos llama, y nosotros que lo rechazamos una y otra vez. Dejamos otra vez para mañana el convertirnos plenamente a Él, el hacerlo el centro y el fin de nuestras vidas. Dios nos llama todos los días, pero la cuaresma es como una llamada más fuerte, más insistente: “Alma, asómate ahora a la ventana”. “Qué extraño desvarío”, postergar nuestra conversión, darle largas a Dios, dejar para después la renuncia a ese vicio, o el aceptar humildemente toda su voluntad, o el hacer esa buena obra que podría hacer y que no me he tomado la molestia, o el permitirle entrar a esa área de mi vida en la que su presencia me estorba (mi trabajo, mi noviazgo, mi relación con los vecinos, mi diversión, mi nueva pareja…).

No, si convertirse no es fácil.  Si las cosas que merecen la salvación se hicieran fácilmente, cualquiera las haría, y sin la intervención de Dios. Por eso Dios nos ofrece herramientas de probada eficiencia: oración, sacrificio, caridad. Nada más de pensar en ellas al hombre moderno se le enchinan los pelos de la rabadilla. ¿Sacrificio yo? Ni que estuviéramos en la edad media, esas son cosas del pasado, de la Iglesia preconciliar, de la Iglesia anacrónica, amargada y sufrida.  Y Juan Pablo II durante todo su pontificado y Benedicto XVI acabado de empezar nos vuelven a insistir: sacrificios, oración y caridad.  

Que no busquemos pretextos, que no busquemos justificaciones intelectuales: “En mis condiciones es imposible”, “hay formas más inteligentes de cumplir con Dios”, “lo que importa es arrepentirse”…  Empecemos por practicar la humildad aceptando los consejos que nos da la Iglesia en lugar de pensar que esos consejos son para los tontos y yo soy listo, que esos consejos son para los normales y yo soy especial, que esos consejos son antiguos y yo soy moderno.  

Vamos aprovechando esta cuaresma, esta llamada de Dios. “Cuántas veces, hermosura soberana, ‘mañana te abriremos’, respondía.  Cuántas veces habremos respondido: “El año que entra empiezo, ahora estoy muy agobiado”, para lo mismo contestar el año que entra.

Más oración, más caridad y algún sacrificio.  Los consejos son buenos, la invitación es para todos y la llamada es hoy. Quien quita y esta vez sí le abrimos.  Por lo menos una rendijita.