Lo presentan como un triunfo de la medicina: una niña nace sana de unos padres que podrían haberle transmitido una grave enfermedad genética.
Lo presentan como un triunfo, pero olvidan que se trata de un enorme fracaso. ¿Por qué? Porque nunca será correcto discriminar a hijos enfermos para permitir que nazcan sólo hijos sanos.
La fecundación artificial ha llevado a una mentalidad en la que el hijo es visto cada vez más como producto de la técnica y cada vez menos como un ser humano merecedor de cariño sin condiciones.
Sabemos que a la técnica siempre se le puede pedir "calidad". Pero esto vale para las cosas, no para los seres humanos "obtenidos" en el laboratorio a través de la fecundación in vitro.
En algunos casos de enfermedades genéticas, la técnica permite fecundar varios óvulos, y luego realizar un control genético sobre los mismos. El uso del diagnóstico preimplantatorio revela características genéticas, defectos y cualidades de los hijos. Una vez conseguida la información, el laboratorio y los padres toman decisiones sobre la vida y la muerte de esos embriones.
Es hermoso que nazca una hija o un hijo sano. Es triste que no nazcan, que sean eliminados, hijos enfermos. La noticia que nos presenta a unos padres que sonríen ante la hija que carece de una enfermedad genética no debe hacernos olvidar que han sido congelados, marginados o simplemente eliminados sus hermanos enfermos. Porque tenían un defecto, porque no eran perfectos, porque su vida fue considerada de menor valor.
La medicina existe para curar. Mientras no existan terapias que corrijan los defectos genéticos, la medicina está llamada a ayudar a cualquier hombre o mujer que empiece a existir, también cuando tiene un ADN "imperfecto". Basta que sea un ser humano, basta que sea un hijo, para que merezca todo nuestro respeto.
Una niña ha nacido sana, y merece, como cualquier ser humano, cariño y cuidados. Pero no podemos olvidar a quienes también son hijos de unos mismos padres, a sus hermanos marginados. La justicia nos lo exige, y nos lo pide el amor. Lograremos, entonces, un mundo más humano, capaz de romper barreras y discriminaciones que no quieren saber nada de hijos enfermos. Un mundo capaz, sobre todo, de acoger y ayudar a los más débiles y necesitados, simplemente por ser lo que son: hermanos nuestros.