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Es necesario afrontar juntos los nuevos desafíos que se plantean a la humanidad

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Discurso del Papa a exponentes islámicos y a embajadores de países de mayoría islámica.

 

Señoras y señores embajadores, queridos amigos musulmanes:

Con mucho gusto os doy la bienvenida en este encuentro que he deseado con el objetivo de consolidar los lazos de amistad y de solidaridad entre la Santa Sede y  las comunidades musulmanas del mundo. Doy las gracias al señor cardenal Paul Popuard, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, por las palabras que me acaba de dirigir, así como a todos vosotros por haber respondido a mi invitación.

Las circunstancias que han suscitado nuestro encuentro son bien conocidas. Ya he tenido la oportunidad de hablar de ello en la semana pasada. En este contexto particular, quisiera hoy volver a expresar toda la estima y el profundo respeto que siento por los creyentes musulmanes, recordando las afirmaciones del Concilio Vaticano II que para la Iglesia católica constituyen la «Charta Magna» del diálogo islámico-cristiano: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia» (Declaración Nostra Aetate, n.3).

Situándome con decisión en esta perspectiva, desde el inicio de mi pontificado he tenido la ocasión de manifestar mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, manifestando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos (cfr. Discurso a los representantes de las iglesias y comunidades cristianas y de otras religiones no cristianas, 25 de abril de 2005).

Como subrayé en Colonia el año pasado, «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporánea. En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (Discurso a los representantes de algunas comunidades musulmanas, 20 de agosto de 2005).

En un mundo caracterizado por el relativismo y que con demasiada frecuencia excluye la trascendencia de la universalidad de la razón, necesitamos imperativamente un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas capaz de ayudarnos a superar juntos todas las tensiones, con un espíritu de colaboración fecunda.

Continuando la obra emprendida por mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, deseo por tanto, vivamente, que las relaciones de confianza que se han desarrollado entre cristianos y musulmanes desde hace numerosos años, no sólo continúen, sino que se desarrollen en un espíritu de diálogo sincero y respetuoso, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más verdadero que, con alegría, reconoce los valores religiosos que tenemos en común y que, con lealtad, respeta las diferencias.

El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad para construir juntos el mundo de paz y de fraternidad ardientemente deseado por todos los hombres de buena voluntad. En este sentido, nuestros contemporáneos esperan de nosotros un testimonio elocuente para mostrar a todos el valor de la dimensión religiosa de la existencia.

Fieles a las enseñanzas de sus propias tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes tienen que aprender a trabajar juntos, como ya sucede con diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia; y nosotros, autoridades religiosas y responsables políticos tenemos que guiarles y alentarles en esta dirección. En efecto, «si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Declaración Nostra Aetate, n.3).

Por tanto, las lecciones del pasado tienen que ayudarnos a buscar caminos de reconciliación para vivir en el respeto de la identidad y de la libertad de cada quien, de cara a una colaboración fecunda al servicio de toda la humanidad. Como declaraba el papa Juan Pablo II en su memorable discurso a los jóvenes en Casablanca (Marruecos), «el respeto y el diálogo exigen la reciprocidad en todos los campos, sobre todo en lo que afecta a las libertades fundamentales y más en particular a la libertad religiosa. Favorecen la paz y el entendimiento entre los pueblos» (n. 5).

Queridos amigos: estoy profundamente convencido de que, en la situación que hoy atraviesa el mundo, es un imperativo el que cristianos y musulmanes se comprometan juntos para afrontar los nuevos desafíos que se plantean a la humanidad; en particular, los que afectan a la defensa y a la promoción de la dignidad del ser humano, así como a los derechos que de ella se derivan. Cuando aumentan las amenazas contra el hombre y la paz, cristianos y musulmanes manifiestan su obediencia al Creador, que quiere que todos vivan con la dignidad que les ha otorgado, reconociendo el carácter central de la persona y trabajando con perseverancia para que su vida siempre sea respetada.

Queridos amigos: deseo de todo corazón que Dios misericordioso guíe nuestros pasos por los caminos de una comprensión recíproca cada vez más verdadera. En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual de Ramadán, les hago llegar mis mejores deseos, esperando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila. ¡Que el Dios de la paz os llene con la abundancia de sus bendiciones, al igual que a las comunidades que vosotros representáis!

Traducción distribuida por la Santa Sede