Normalmente cada uno vive muy tranquilo haciendo lo que mejor le parece y repitiendo siempre cuando se trata del apostolado: “No tengo tiempo”.
Santa Rosa de Lima sintió un día una fuerte iluminación de Dios en la que le explicaba que, después de los sufrimientos, viene la gracia de Dios y que precisamente todos esos sufrimientos son una escalera para llegar al paraíso; “sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”.
Sabemos que el Señor pide a cada bautizado que vaya a predicar el Evangelio a toda la creación. Más en concreto le pide el Señor que hacer discípulos de todos los pueblos compartiendo sus enseñanzas.
Normalmente cada uno vive muy tranquilo haciendo lo que mejor le parece y repitiendo siempre cuando se trata del apostolado: “No tengo tiempo”.
Los santos, en cambio, dóciles a las palabras e insinuaciones del Espíritu sienten arder su corazón. Escuchemos lo que la misma santa Rosa dijo de sí después de oír a Jesús:
“Apenas escuché estas palabras experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición:
Escuchen pueblos, escuchen todos. Por mandato del Señor y con las mismas palabras de su boca les exhorto”.
Ella misma continúa: “El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo diciendo…”
Lo que a continuación ella proclamaba evidentemente era repetir lo que el Señor le había dicho pero, lo que ahora quiero recalcar, es la actitud de un corazón virginal dedicado totalmente e Dios.
Rosa no podía callar el pedido de su Esposo por el que se sacrificó tanto desde niña. Esto es lo que debemos imitar en los santos: la inquietud por el Señor.
Cuando el ángel dijo a María que Isabel, ya viejita, iba a tener un niño, partió presurosa a su pueblo. No se trataba de correr. Era la prontitud de espíritu.
Lo mismo hizo el gran santo Toribio, de corazón inquieto, que superando todas las incomodidades hizo el recorrido misionero más importante de su tiempo.
Rosa de Santa María, precisamente confirmada por santo Toribio, sentía la inquietud del Espíritu Santo en su corazón. Por eso gritaba:
“Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga. Cuántas riquezas, gozos y deleites”.
Todo esto, visto desde su corazón limpio, le hacía creer que sería imposible conocer el valor de la cruz y no aceptar todo tipo de sufrimiento por amor.
Por eso dice también la santa cuya fiesta se está celebrando estos días en nuestra patria:
“Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos”.
Este es el mensaje que hoy queremos recoger de nuestra querida santa Rosa, la de corazón grande, que enamoró a Dios hasta poder escuchar de los labios de Jesús:
“Rosa de mi corazón, sé mi esposa”.
Santa Rosa fue laica aunque recibió del prior del convento el hábito de terciaria dominica.
Un buen día decidió entrar en un convento de clausura y se fue a despedir de su amiga, la Virgen del Rosario que está en la Iglesia de santo Domingo, pero se dio cuenta de que la Virgen no quería que fuera religiosa porque no pudo moverse por más que su hermano intentaba ayudarla. Entonces volvió a su vida de familia pero eso sí, nadie pudo robarle el corazón que había entregado a Jesús y siempre llevó el anillo en el que su mismo hermano (sin conocer la visión) había escrito: “Rosa de mi corazón, sé mi esposa” .