Del 22 de noviembre al 3 de enero de 2007, nos visitan las reliquias de santa Margarita María de Alacoque. La escogida por Jesús para ser la mensajera del Sagrado Corazón.
Cuánta gracia
Es impresionante. Anoche estuve en la parroquia cuando los sacerdotes recibieron solemnemente sus reliquias. Ha sido una noche de vigilia con el Santísimo.
Esta mañana pasé, antes de venir al trabajo para saludar a Jesús y desagraviarlo, y decirle que lo amo. Pensé en sus palabras a santa Margarita:
“He aquí el corazón que ha amado tanto a los hombres, que no se ha ahorrado nada, hasta extinguirse y consumarse para demostrarles su amor. Y en reconocimiento no recibo de la mayoría sino ingratitud.”
El Santísimo expuesto irradia un amor inmenso y una sed infinita de amor.
"Tengo sed, pero una sed ardiente de ser amado por los hombres en el Sacramento de mi Amor" (el Corazón de Jesús a Santa Margarita).
Las reliquias a sus pies, en una urna hermosa, nos recuerdan el amor de la santa a Jesús sacramentado. Ella misma le escribió:
“Dios mío, te adoro oculto en esta sagrada hostia. ¿Es posible que te hayas reducido a tan humilde morada, para venir a mí y permanecer corporalmente conmigo?”
Cuanta bondad en Jesús, al permanecer con nosotros en la hostia consagrada.
El incienso perfuma el ambiente.
Aquí sólo se respira paz. Y te nacen anhelos profundos de santidad. Te preguntas: ¿Podré ser santo algún día? Impacta estar frente a las reliquias de esta santa, tan amada por Jesús. Fiel hasta el final.
¿Cómo describirlo? No hay otras palabras más que “amor”. Sí, aquí, en medio de las personas que están en silencio, orando, se percibe el amor que emana de Jesús y nos inunda y abraza a todos.
A un costado, un cuadro antiguo del Sagrado Corazón, te recibe. Jesús sonríe. Siempre sonríe, aunque no lo veas, y te recibe con amor. Una mano sobre el pecho te descubre su Sagrado Corazón, rodeado de espinas, del cual salen llamas que no se extinguen.
Cuánta paz, en esta iglesia.
Me siento feliz de ser católico. Y de estar aquí, en estos momentos de gracia. Qué alegría saber que Jesús está verdaderamente presente en esa hostia consagrada, expuesta para nosotros.
Él me ve y yo lo veo. ¿Qué más puedo pedir? Me emociono al pensar en Jesús.
Al rato, me retiro, luego de hacer la comunión espiritual, y en mi corazón repito una y otra vez: “Sagrado Corazón de Jesús, en voz confío”.