Han burocratizado los ambulatorios, convirtiéndolos en estancias multiuso con muchos profesionales, pero no precisamente sanitarios.
Unos días de vacaciones a primeros de diciembre es algo peculiar, sobre todo si vas a Alicante. Las moscas no se han enterado de que estamos en invierno y siguen revoloteando cual floreciente primavera. Si olvidamos el calentamiento global y, como humanos, pillamos un resfriado, entonces comienza un inesperado espectáculo.
Dado que la pequeñísima consulta de la urbanización está saturada, y sólo atiende días alternos como muestra de lo saludable de la costa mediterránea, nos desplazamos al ambulatorio del núcleo urbano. Se sabe que es el centro de salud porque lugareños y visitantes con experiencia así lo indican, porque otros signos externos apenas se insinúan.
En el recuerdo, este ambulatorio contaba con salas de médicos y practicantes, de modo que en seguida te indicaban la puerta correcta. A pesar de tratarse de recuerdos de veranos pasados, la atención era rápida y casi sin esperas. Ahora lo han modernizado y… lo han empeorado, a pesar de estar fuera de la temporada turística.
La escena que se ofrece al entrar es más propia de un bazar o una estación de tren, con nuevos mostradores y familias esperando por todos los rincones. Se acabó aquello de preguntar cuál es la puerta del médico. En primer lugar, tras ir de mostrador en mostrador, finalmente te remiten al de obtención de una tarjeta ‘sip’. Tras media hora de teclear incansablemente en un ordenador, un funcionario te concede una provisional para un mes. Esta tarjeta da derecho a hacer una nueva cola en cita previa, donde tras otra media hora te dicen el consabido ‘vuelva usted mañana’ a las 9:45. Al día siguiente se comprueba que lo de ‘cita previa’ no exime de hacer nuevamente otra cola, como antes de todos estos inventos sin tanto administrativo y con el suficiente personal sanitario.
Como simple usuario, afortunadamente ocasional, sugiero volver al panorama anterior contratando personal de medicina y enfermería, en lugar de tanto personaje colateral. Ahora, los retrasos dan lugar a concentraciones de gente que pasan horas (¿o días?), y que requieren máquinas de café y de comida, personal de seguridad, de limpieza continua, por no citar a los incontables administrativos, que han alterado el sentido y la funcionalidad de los ambulatorios. Antes se iba para realizar una consulta o recoger medicamentos; ahora parecen un lugar de espera donde se anuncia todo tipo de servicios (traductores, contra el absentismo escolar,…) sin relación con la salud.
Quedamos impresionados con este plurilingüe ambulatorio donde los letreros de los médicos de cabecera aparecían en castellano, inglés, francés y alemán, mientras que los de pediatría se anunciaban en castellano, valenciano, chino, árabe y ruso. Ante el pasillo de puericultura se concentraban bastantes más niños que los que componen un aula vasca. Siendo un día laborable pensé: O los curamos en clase, o les educamos aquí. Francamente, entre tanto personal que deambulaba por allí, y ninguno médico o enfermero, no sería menos disparatado que el resto disponer de profesorado ‘ambulante’, también con bata blanca, si no ponen freno a los tiempos burocráticos y de espera en estos nuevos ambulatorios.