Los santos se han esforzado siempre por seguir a Jesús y ser humildes como él.
¿Eres humilde? A mí me cuesta. Cada día lucho contra el Claudio que soy, pensando en el que deseo ser, un hermano para Jesús. Un hermano para todos. Dispuesto a dar la mano al necesitado, al que me pida un favor. Pero no siempre lo consigo.
Desde el momento que salgo de la casa empieza la batalla. Conozco mi debilidad y sé que sólo puedo sostenerme con los sacramentos y la oración. Por eso voy a misa cada vez que puedo. Por eso salgo orando, ofreciendo al buen Dios el día que empieza, pidiéndole que me fortalezca y me haga como él quiere que sea.
Yo, barro en sus manos. Él, un alfarero experto.
Veo cómo transcurre cada día y reconozco que vamos de paso, somos simples peregrinos por la vida. En estas circunstancias, ¿de qué me sirve el orgullo?
Dios ama a los humildes, con un amor particular. Los llena de gracias. Es feliz con ellos. Sabe que lo aman y cumplen sus preceptos. Por eso reconoces a un santo con tanta facilidad: ¿Es humilde? ¿Obediente? ¿Contemplativo? Entonces te encuentras ante un hombre o una mujer que luchan por su santidad personal, que viven para agradar a Dios. Santos en camino, hacia una gloriosa eternidad.
Sé también que a Dios le encanta que confíes en él. Cuando lo haces, en alguna medida, descubres un nuevo mundo a tu alrededor, un mundo maravilloso, en el que Dios interactúa como Padre de toda la humanidad.
Mi modelo a seguir es mi mejor amigo: “Jesús”. Me encantan sus palabras y sus promesas:
“Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y sus almas encontraran descanso”. (Mt 11,28-29)
Los santos se han esforzado siempre por seguir a Jesús y ser humildes como él.
San Agustín decía: “¿Quieres ser santo? Sé humilde.
¿Quieres ser más santo? Sé más humilde”.
Recuerdo haber leído que Fray Escoba (san Martín de Porres) caminaba una mañana por el mercado de Lima, con su canasto cargado de frutas y pan para los pobres. De pronto, desprevenido, golpeó a un señor. Éste, pomposamente vestido, se molestó y empezó a insultar a nuestro santo. Fray Escoba le escuchaba en silencio, con la mirada en el suelo.
Cuando el hombre terminó de gritar, San Martín se disculpó: “Perdone mi torpeza”.
El hombre aún enfurecido le gritó: “Eres una Bestia”, a lo que san Martín replicó:
“Si su merced me conociera mejor, sabría que soy mucho peor que eso”.
¿No te dan deseos de aplaudir a nuestro santo? ¿De imitarlo?
A veces me parece que Jesús nos mira con tanta ilusión. ¿Te ha pasado? Espera mucho de nosotros. Quiere que apuremos el paso, que seamos santos “como nuestro Padre del cielo”.
¿Que no puedes ser humilde? Dímelo a mí, que nos parecemos.
Sin embargo, he descubierto que lo imposible, Jesús lo hace posible. Basta querer. Dar el primer paso, como el hijo pródigo.
Lo he visto en muchas personas. Han cambiado tanto que te impresionas. Ahora se saben hijos amados por Dios. Lo viven a diario. Y son felices.
A mí, esta certeza me da una gran serenidad. Aunque no lo vea, sé que el buen Dios me ve y sigue mis pasos; como yo sigo los pasos de mis hijos (que ya son cuatro) y estoy pendiente de ellos y sus necesidades.
Con los años maduras y comprendes que Santa Teresa tenía razón: “Sólo Dios basta”.
No necesitas más.
Vale la pena vivir para él, esforzarnos por ser humildes, anhelar la santidad.