Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que sonríe.
-Mamá, los mayores no comprenden que hay unos niños que nacen de la tripa y otros, como mis hermanos, que nacieron del corazón. Así explica la pequeña María, de seis añitos, la llegada de otro “hermanito” al hogar.
Gemma es una mujer, madre abandonada, pero que vive feliz en un rincón de Asturias. Ahora acaba de “dar a luz”, sin embarazo de por medio, a otra hija “del corazón”. Ya son cuatro. Cuatro nombres, cuatro personas, cuatro hijos: Susana, María, Pelayo y Sergio. Pero también está pensando en el quinto, pues quiere llegar a los once de un equipo de fútbol.
María, la niña de seis añitos, había sufrido malos tratos de sus padres hasta los tres. Llegó con alteraciones de comportamiento diagnosticadas como retraso mental con rasgos psicóticos, posible esquizofrenia e hiperactividad leve.
-No sabía leer ni para qué servía un electrodoméstico, tenía fobia a dormir a oscuras y a los animales, no era capaz de ver una película –explica Gemma.
Después vino Pelayo con una lesión cardiaca. Y luego, Sergio, que tiene ahora un año y cuando vaya al cole, quizás le llamarán “enano”, como a otros les dicen “gafotas” o “gordos”. Son hijos que han nacido del corazón, como Irene, a la que Lourdes y Juan Manuel acogieron y amaron, precisamente porque padece un síndrome de Down con complicaciones. O también el de Marta y Jorge; ella con un problema neurológico heredado de su madre biológica, él con un bracito menos.
Así es fácil entender y sentir qué es la Navidad.
Hace poco releí una obrita de teatro de un filósofo “ateo”: Jean Paul Sartre. Trasládate por unos momentos a un campo de concentración nazi. ¡Estás prisionero! Se acerca diciembre y podemos representar una obra de teatro. Y en ese campo, el día de Navidad, se abre el telón. En una escena aparece la Virgen María…
«La Virgen está pálida y mira al niño… Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina.
De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto.
Porque todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten exiliadas de esa vida nueva que han hecho con su vida, pero donde habitan pensamientos distintos. Mas ningún niño ha sido arrancado tan cruel y rápidamente de su madre como este niño, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar…
Siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: “Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí
Y ninguna mujer jamás ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que sonríe.
Es en uno de esos momentos cuando pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña y suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe».
¡Feliz Navidad, Gemma! ¡Feliz Navidad a todos, porque sigue habiendo niños que nacen de las entrañas y también del corazón!