Por algún motivo Jesús me ha concedido una gracia muy particular: ser su vecino.
Cuando era niño, frente a mi casa, las Siervas de Maria tenían una capilla hermosa y pequeña, donde se respiraba la santidad y la paz. Podías experimentar la presencia de Dios en cada esquina, en cada banca, en cada ventana.
Solía cruzar la calle temprano, cada mañana, para visitarlo. Me encantaba saber que era mi vecino, y que era Dios, escondido en un pedacito de pan.
A los años me casé y frente a mi casa se mudó el Opus Dei. Construyeron un oratorio acogedor que te invitaba a la oración. Allí tenían al Santísimo Sacramento.
Su ventana posterior, la del sagrario, daba justamente con la mía, la de mi cuarto, del otro lado de la calle. Y desde mi ventana me asomaba para saludar a Jesús.
Era una sensación especial, saberlo mi vecino, el creador de todas las cosas, el hijo de Dios.
En ocasiones le miraba por la ventana imaginando que él también me miraba. Y nos sonreíamos y nos saludábamos.
Su presencia irradiaba paz, serenidad, gracia.
Disfrutaba mucho cuando lo visitaba. Y nos quedábamos charlando y hasta nos reíamos discretamente, por la alegría que nos brotaba del alma.
Tenía la costumbre de saludarlo antes de ir al trabajo. Me detenía en la entrada del edificio mirando hacia el oratorio, al otro lado de la calle. Lo hacia casi sin darme cuenta y le hablaba perdiendo el sentido del tiempo. Al lado había una oficina. Los empleados solían llegar muy temprano y en cierta ocasión uno se me acercó:
—Disculpe — me dijo con curiosidad — ¿Qué hay enfrente?
— ¿Por qué lo pregunta? —le dije.
—Es que usted todas las mañanas se para donde está y se queda viendo la casa de enfrente, sin decir nada, solo la mira.
—Es que allí está Jesús Sacramentado –le expliqué – y antes de ir a trabajar lo saludo. Le digo que lo quiero.
—Hace bien — respondió y se quedó pensativo.
Ahora me he vuelto a mudar. Lo primero que hice fue conocer las Iglesias cercanas. Visitar a Jesús en cada Sagrario y saludarlo.
Como Jesús no vive enfrente, me basta imaginar un Sagrario y transporto mis pensamientos hacia allá. Y me quedo un rato en adoración, en silencio, pensando en las cosas de Jesús, su amor, su simpatía, su alegría, su cercanía de amigo y hermano.
Mi gran amigo. Mi mejor amigo.
Te parecerá una tontería pero ya le dije:
—Me mudé Señor, ahora te toca a ti ¿Vas a ser mi vecino?… siempre lo has sido.
Ahora estoy a la espera, de mi amigo y vecino.