Aunque los criminales sean culpables de los peores delitos, como es el caso de Saddam Hussein, son seres humanos y tienen derecho a la vida. Con matarlos, no reviven los que ellos mandaron matar.
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A raíz de la ejecución de Saddam Hussein, ha habido reacciones encontradas. Mientras unos la celebran como un triunfo, otros la consideran una violación a un derecho fundamental, que es el derecho a la vida.
Hay países donde aún es legal privar a alguien de la vida. El caso para nosotros más cercano es Estados Unidos de Norteamérica. En nuestra legislación mexicana aparecía para casos extremos, como la traición a la patria, pero no se puso en práctica y se ha eliminado.
La razón que se aduce para justificar la pena de muerte es evitar que un delincuente siga causando más daño a la sociedad, y castigar con severidad algunos crímenes, como escarmiento para que otros no los cometan. Se dice que incluso en la Biblia se ordena el principio de “ojo por ojo y diente por diente” (Ex 21,24).
JUZGAR
La Iglesia Católica, a pesar de que en su historia remota toleró y hasta apoyó la pena de muerte, como en el caso de la Inquisición, se ha opuesto a esta práctica y la ha condenado, por ser contraria al mandamiento divino de “no matarás” (Ex 20,13). Jesús supera la antigua ley de Moisés, y nos pide amar incluso a los enemigos (Mt 5,38-48).
Aunque los criminales sean culpables de los peores delitos, como es el caso de Saddam Hussein, son seres humanos y tienen derecho a la vida. Con matarlos, no reviven los que ellos mandaron matar. Sus víctimas se pueden sentir vengadas y satisfechos sus enemigos, pero una injusticia no se remedia con otra injusticia.
Todo ser humano, aun siendo un asesino perverso y deshumanizado, o un degenerado sin sentimientos, tiene derecho a regenerar su vida. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33,11). Jesucristo vino a salvar a los pecadores, no a condenarlos; por ello, les invita a la conversión (Mc 1,14-15; Lc 5,29-32; 13,1-5). Ofreció su vida para remisión de las culpas (Mt 26,28; Rom 5,8-11). Lo único que nos pide es que seamos humildes para reconocer nuestras faltas y pedir perdón (Lc 15,11-24).
Al respecto, dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana. Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos” (No. 267). En forma semejante se expresa el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (No. 405).
No es lo mismo cuando se trata de la legítima defensa, que moralmente es válida: “El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal” (Catecismo, No. 2264).
ACTUAR
Respetemos la vida que Dios nos dio. No somos dueños absolutos, sino que dependemos de El. Por tanto, no podemos disponer de nuestra propia vida, para legitimar el suicidio y la eutanasia, ni de la vida ajena, como es el caso del aborto, del homicidio y de la pena de muerte. La vida humana es lo más sagrado que tenemos y hay que defenderla siempre.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas