Una vez más nos alegra conocer el papel de la Iglesia en defensa de la vida y de la humanidad y cómo a la larga la misma naturaleza le da la razón.
Sería muy fácil encontrar textos bíblicos en los que se repite, de una u otra forma, que la vida es de Dios. Fijémonos únicamente en estos textos referidos a Jesús:
“En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”. “Yo soy…la vida”. “Yo soy el pan de vida”.
Y en el Antiguo Testamento recordamos estas palabras escuetas del Éxodo con las que, una vez más se da a entender que el único dueño de la vida es Dios: “¡No matarás!”.
Por eso, cuando Caín mató a su hermano Abel y sentía remordimientos, pensó que, a donde quiera que fuese, lo buscarían para matarlo; pero, el Dueño de la vida, dijo: “quien quiera que matare a Caín lo pagará siete veces”.
De ahí la defensa que la Iglesia hace siempre de la vida; más aún en los últimos tiempos vemos cómo los distintos Papas han pedido respeto a la vida de tantas maneras.
Concretamente Benedicto XVI en el discurso del 1 de enero de este año nos ha dicho:
“La Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de toda persona. Particularmente reivindica el derecho a la vida… El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva”. Incluso llega a decirnos que ni uno mismo es dueño de su vida: “la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición…”.
Sería largo recordar la defensa que de la vida han hecho Benedicto XVI y Juan Pablo II, el Grande.
Precisamente por eso nos podemos alegrar de dos noticias que últimamente han aparecido en los noticieros de la Iglesia católica y ojalá sean objetivos los medios de comunicación social para darlos a conocer al mundo (Concretamente tomo las noticias de ACIPRENSA, la gran agencia católica peruana de noticias, en la que les invito a mantenerse informados a través de Internet).
La primera noticia es respecto a la “píldora del día” siguiente.
Durante muchos años médicos, laboratorios, investigadores y autoridades sanitarias de distintas partes del mundo han negado que esta píldora pueda generar un aborto. Sin embargo, en los últimos días, la misma empresa productora y distribuidora de la “píldora del día siguiente” en Nueva Zelanda, admitió que este fármaco puede causar un aborto en las primeras fases del embarazo y así, en la literatura que acompaña al fármaco, se dice expresamente en el punto tercero que “puede evitar que un óvulo fecundado anide en las paredes del útero”.
Y, precisamente ahora, los mismos productores quieren impedir que pueda venderse este fármaco sin la receta médica ya que es abortiva y no anticonceptiva, como se venía diciendo.
La otra noticia que ha suscitado “enorme satisfacción en los ambientes de la Santa Sede” es el descubrimiento de células madres en el líquido amniótico, que convierte en innecesario el uso de embriones humanos, que era el gran pecado que se venía cometiendo contra la vida en los últimos años.
Yo me imaginaba a estos laboratoristas que, creyéndose gigantes aplastaban entre los dedos a recién concebidos; pero ya no es necesario. Por eso, el cardenal Barragán, presidente del Pontificio Consejo para la Salud de la Santa Sede ha manifestado:
“Es un descubrimiento que nos suscita alegría y satisfacción. Felicito a los investigadores, porque se trata de un paso hacia adelante, un verdadero progreso porque, no daña ningún órgano y no discrimina la vida… Es la señal que la Iglesia estaba esperando… el problema ético no era la utilización de células estaminales adultas sino las embrionarias ya que para ello se matan embriones”.
Para que mi público sencillo pueda entender esto mejor, les explicaré a mi manera que antes, para curar ciertas enfermedades graves se utilizaban óvulos ya fecundados (embriones) matando, por consiguiente, vidas humanas.
Este descubrimiento, en cambio, permite conseguir el mismo efecto con células que se encuentran en el líquido amniótico, es decir el líquido en que el bebé “bucea” dentro del seno materno y que, una vez nacido el bebé, se desecha.
Una vez más nos alegra conocer el papel de la Iglesia en defensa de la vida y de la humanidad y cómo a la larga la misma naturaleza le da la razón.