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Las reglas de la vida

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Para ser felices, los jóvenes deben comprender y observar las leyes que rigen el juego de la vida, y los mayores conocer incluso sus excepciones.

 

La jovencita dijo a su madre: “No quiero volver a clase; esos estudios ya no me interesan”. A continuación, le contó con detalle sus… vagos proyectos. Prefería abandonar el ciclo de grado medio, a mediados de curso, para ‘descansar’ seis meses y después abordar un bachillerato y un ciclo de grado superior. En sus fantasiosos sueños, se iba a preparar para un gran esfuerzo… relajándose durante medio año sin más dedicación que haraganear de lunes a domingo.

No es un caso aislado entre nosotros. La familia no logra disuadirla, porque ella sabe combinar muy favorablemente su doble vertiente de niña y mujer. Al borde de la mayoría de edad, su mentalidad infantil le permite suponer que la vida es un juego, donde las decisiones no provocan consecuencias, y su soberbia actitud de casi adulta la lleva a reivindicar su libre capacidad de decisión.

La realidad es muy diferente a lo que ella supone. Unos meses sin obligación alguna marca negativamente su porvenir. Nadie que se acostumbra a la molicie recobra la actividad, simplemente porque llegue una fecha en el calendario. Aquel abandono prematuro, sin más argumentos que la simple y común pereza, en muchas ocasiones no puede ser corregida por progenitores y tutores, y significa el fin de los estudios en la etapa más propicia.

Hemos de saber explicar al sector menos estudioso de nuestra juventud que no merece paga ni vacaciones quien no trabaja, y estudiar es el trabajo de niños y jóvenes, quienes han de cumplir con su derecho y su deber de educarse. Si alguien no hace nada por los demás, ni siquiera por sí mismo (porque estudiar a quien más beneficia es a uno mismo), no puede esperar nada de la vida. Existe una regla básica en la naturaleza: todo cuesta un esfuerzo y quien no está dispuesto a aportar su contribución, a corto, medio o largo plazo cuenta con un negro futuro.