Es cierto que no nos extraña que, cuando asesinan a un periodista, todos los medios den amplio espacio a la noticia. Pero sí nos extraña que se silencie, casi sistemáticamente, el que se eliminen otras vidas humanas. Como las vidas de los hijos no nacidos.
Dos escenas en un mismo país. Primera escena: un miércoles cientos de personas participan en una manifestación autorizada. Algunos manifestantes compran miles de copias de un famoso periódico. En una plaza habilitada para hacer barbacoas, y con las “normales” medidas de precaución para estos casos, incendian esas copias. Además, gritan slogans agresivos contra ese periódico, como señal de rabia, de disconformidad, de rebeldía.
Segunda escena: ese mismo miércoles, han sido citadas ocho mujeres en una clínica famosa. Van para lo mismo: un aborto. Todo se realizará de acuerdo con la ley, en el respeto de las normas “higiénicas” establecidas por organismos nacionales e internacionales que supervisan este tipo de “operaciones”.
¿Cuál de las dos escenas nos preocupa más? ¿Es más grave quemar periódicos o abortar hijos? Estamos seguros al cien por cien de que la primera noticia aparecería en la televisión, la radio, los otros periódicos, el periódico cuyo nombre ha sido insultado y “quemado”, con grandes titulares, con editoriales, con señales de preocupación.
Escucharíamos comentarios de este estilo: “ataque a la libertad de prensa”, “la vuelta de las hogueras”, “la intolerancia reaparece”, “¿ha resucitado la Inquisición con su afán por quemar libros?” o cosas parecidas. Los periodistas verían en ese incendio un gesto sumamente grave, un peligro a la libertad de expresión. Levantarían las plumas para defenderse con todas sus armas. Darían a la noticia una importancia mayúscula.
La eliminación de los ocho hijos, sin embargo, sería vista como un hecho rutinario. Todos los miércoles la clínica “X” realiza abortos “legales”. La gente lo sabe, no es noticia. No interesa a los medios informativos, más preocupados por defender la libertad de prensa que por defender la vida de los que el día de mañana podrían expresar sus opiniones.
El periodismo no debería convertirse en una profesión encerrada en la defensa de sus propios intereses. Es cierto que no nos extraña que, cuando asesinan a un periodista, todos los medios den amplio espacio a la noticia. Pero sí nos extraña que se silencie, casi sistemáticamente, el que se eliminen otras vidas humanas. Como las vidas de los hijos no nacidos.
Se nos dice, y es una triste realidad, que el aborto está regulado por leyes democráticas, leyes que es realidad son inicuas, pues van contra la defensa del derecho básico para que se dé un mínimo de justicia: el derecho a la vida. No porque el aborto sea legal deja de ser siempre un crimen de guante blanco, algo que hiere la dignidad de tantas mujeres que esperaban apoyo en su embarazo y que se han encontrado con indiferencias y con presiones de todo tipo para que abortasen cuanto antes.
La prensa ha nacido para defender valores muy altos. El primero de ellos, no lo olvidemos, es el de la justicia. Una justicia que vale también para los embriones, para los hijos más pequeños. Una justicia que hay que promover para que este mundo abra las puertas del amor y del respeto a los más indefensos y pobres, a los más pequeños y desamparados, a los hijos y a sus madres necesitadas de apoyo social, económico, sanitario. En ningún país debería ser más fácil abortar que tener un parto seguro. Lo contrario no es señal de civilización, sino de barbarie.
Defender la libertad de prensa es un gesto importante que no podemos dejar de lado. Hay que defenderla para que la prensa promueva altos valores, busque construir un mundo más justo, denuncie abusos y desprecios a la vida humana. Será entonces una prensa solidaria y buena, porque nos abrirá los ojos ante tantos dramas humanos, como el del aborto, muchas veces olvidados.