La Sagrada Congregación para la Educación Católica define la escuela católica como “el lugar de educación integral de la persona humana a través de un claro proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo”. Y sería interesante reflexionar el papel causal que la escuela católica haya podido tener en esas estadísticas tristes.
Las cifras no dejan de ser alarmantes: en el año 2000 hubo 2,736 suicidios en México, de los cuales la mitad fueron de jóvenes; el 17% de los muchachos mexicanos de 15 años tienen relaciones sexuales; el 9% de las adolescentes mexicanas se convierten en madres; casi el 10% de los estudiantes afirma haber usado algún tipo de droga ilícita (datos de la SSA).
En referencia a otros comportamientos juveniles indebidos, antisociales, o por lo menos lejanos de las expectativas morales de la Iglesia Católica (hedonismo, relativismo, egoísmo, etc.), la experiencia diaria nos dice que los datos numéricos son igualmente alarmantes. Para constatar el abandono masivo de la Iglesia por parte de los jóvenes basta contar cuántos de ellos asisten a misa dominical.
Claramente se percibe que la gente joven no está siendo influenciada por el Evangelio. ¿Se deberá eso a lo que ya critica san Pío X en su encíclica Acerbo Nimis (1905), cuando se refiere a una situación semejante de su tiempo: “¿Cómo esperar generaciones adornadas de buenas obras, si oportunamente no fueron instruidas en la doctrina cristiana?… Si la fe languidece en nuestros días hasta parecer casi muerta en una gran mayoría es que se ha cumplido descuidadamente, o se ha omitido del todo, la obligación de enseñar las verdades contenidas en el Catecismo”.
De haberse dado una evangelización efectiva entre los jóvenes, seguramente las cifras mencionadas serían menores. O al menos eso es lo que nos dice la fe: que Cristo es el camino que sacaría a muchos chicos de los dilemas y angustias que los conducen a actuar equivocadamente. Obviamente, la responsabilidad primaria de educar bien a los hijos en la fe es de sus padres. No hay mejor canal de transmisión de la fe que la familia. Claro, la comunidad parroquial también tiene una función relevantísima en esa tarea. Pero, parejamente, la escuela católica tiene una misión preponderante en la evangelización; existe para evangelizar.
La Sagrada Congregación para la Educación Católica define la escuela católica como “el lugar de educación integral de la persona humana a través de un claro proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo”. Y sería interesante reflexionar el papel causal que la escuela católica haya podido tener en esas estadísticas tristes. No se trata, por supuesto, de echarle la culpa de todo a las instituciones educativas católicas. Sería totalmente injusto y carente de objetividad. Ni tampoco se pretende decir que todos los jóvenes que actúan indebidamente sean alumnos o exalumnos de dichas escuelas. Pero quizás sí se pueda hacer un intento de medir la efectividad de la formación religiosa que ellas imparten, para ver hasta qué punto están ayudando a la Iglesia y a los padres de familia católicos en la formación de verdaderos cristianos.
¿En qué medida están las escuelas católicas formando a nuestros hijos para ser sal, fermento y luz en el mundo juvenil? ¿Para que puedan iluminar la vida de sus coetáneos y dar a éstos un sentido que los aleje de las soluciones fáciles del sinsentido? ¿Para convertirse en puntos de interpelación- en piedras de escándalo- para sus compañeros, a semejanza de los primeros cristianos cuyo comportamiento hacía que todos voltearan a verlos y se sintieran llamados a conversión? ¿Para que sean el alma de la sociedad?
El Papa Benedicto XVI reafirmó hace algún tiempo la necesidad de la educación religiosa en las escuelas. Sólo resta preguntarse cómo hacerla efectiva, eclesial, profética, en nuestros días.