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Y el amor ¿dónde está?

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Muchachos y muchachas se ven desorientados y en ocasiones conturbados o hastiados por las referencias frecuentes a la vida sexual en la primera edad juvenil, con el fin, aparentemente fundamental, de prevenir accidentes graves o fatales, como el embarazo o el SIDA.

 

Distintos miembros de nuestras comunidades católicas de la Arquidiócesis de La Habana: padres de familia, matrimonios jóvenes, médicos, religiosas, educadores, sacerdotes, diáconos permanentes y otros han tenido una reunión reciente, movidos por una preocupación que notamos muy extendida entre adolescentes de diferentes comunidades del campo y la ciudad que participan en la vida de la Iglesia. Muchachos y muchachas se ven desorientados y en ocasiones conturbados o hastiados por las referencias frecuentes a la vida sexual en la primera edad juvenil, con el fin, aparentemente fundamental, de prevenir accidentes graves o fatales, como el embarazo o el SIDA. Desde edades infantiles estos adolescentes han oído hablar, sobre todo en la radio y la televisión, de sexo seguro y riesgos de embarazo o de enfermedades, información que va acompañada casi siempre de una prédica de sabor moralizante fundada sobre el temor: cuídate, usa preservativo, pues puedes caer en desgracia. Es como si se reemplazara la antigua predicación de algunas de nuestras iglesias en siglos pasados, que en lo relativo al sexo advertía: no hagas esto o aquello porque te vas al infierno. Pero ha sido desechado, por contraproducente, el método de fundar el comportamiento humano sobre el temor. Sin embargo, la prédica laica actual intenta crear, también sobre el temor, un comportamiento mecánicamente reglamentado para reducir las cifras de enfermos de SIDA y el número de embarazos precoces como horizonte prioritario en la orientación sexual del joven. Ante estos modos de proceder con respecto al sexo hay que preguntarse: ¿No habrá otra manera de abordar este aspecto tan importante de la vida del adolescente y de toda persona humana?

¡Pobres muchachos y muchachas! Les ha tocado vivir una etapa decadente de la historia de la humanidad, ha habido otras, pero el mundo no era aún global. Se caracterizan esos períodos, entre otras cosas, por el desenfreno sexual, el abandono de las costumbres ancestrales, la búsqueda de expresiones novedosas o inusitadas del sexo, etc. Recordemos la etapa decadente del último Imperio Romano. En el mundo actual, con signos evidentes de decadencia, la droga, la violencia y el sexo tiranizan solapada o abiertamente las vidas de los hombres y mujeres que pueblan la tierra, especialmente de los adolescentes y jóvenes. A las drogas les hemos plantado cara aquí y su incidencia no tiene las proporciones alarmantes que alcanzan en otros sitios. Algo semejante puede decirse en cuanto a la violencia juvenil en sus manifestaciones extremas. Pero el sexo, ¿qué hacer sino prevenir y evitar los riesgos de una vida sexual precozmente activa y desenfrenada? Ningún adulto quisiera que fuera así, ni los padres de familia, ni los educadores serios, ni la gente que, habiendo vivido algunos años aprendieron a pensar por experiencia propia, a veces amarga. Pero el pansexualismo envuelve al mundo y nos afecta también a nosotros, haciendo del cine, las series televisivas, las novelas, los programas de entretenimiento, de la música, del baile, de las manifestaciones de arte, de las modas, una palestra universal para manifestar ante el gran público y de forma creciente una visión erotizada del mundo. Es increíble el número de páginas dedicadas en Internet a temas sexuales y en especial a la pornografía, que parece poblar amplias zonas del ciberespacio. En varios países, en nombre de la libertad, se admite en la televisión por satélite o cable la pornografía. Hollywood produjo el pasado año unas 600 películas comerciales para salas de cine, mientras que la producción del cine pornográfico mundial sobrepasaba en diferentes países las nueve mil películas, convirtiéndose así en una de las industrias más rentables del mundo. Y pobre de aquel que alce su voz para advertir los riesgos psicológicos que no sólo para la conducta sexual individual, sino para el comportamiento social en general, contiene la adicción a la pornografía o la expansión social de una mentalidad pornográfica. Quien se opone abiertamente a esto puede ser acusado de querer discriminar a los que “han hecho la opción” por este tipo de gusto sexual o puede ser tratado de retrógrado, de tiránico, etc.

En cuanto a los adolescentes hay un elemento morboso alrededor de su edad, de sus sueños, de sus angustias, de sus expectativas, de sus experiencias precoces, de su apariencia física, de su psicología, que ha creado en Hollywood un género cinematográfico, las películas de teenagers, (de adolescentes); más numerosas y repetitivas de lo que fueron los filmes de cowboys.

El mundo erotizado de hoy tendría que encontrar no una resistencia armada, pero sí un contrapeso lúcido para el erotismo en las familias, en la escuela, en la Iglesia. Hay que ofrecer alternativas a ese falso erotismo que penetra el comportamiento humano actual. Pero esto en muchos lugares parece casi imposible, pues la familia se siente sobrepasada por esta marea hedonista y se vuelve concesiva o cómplice ante los medios de comunicación y ante orientaciones escolares a veces desconcertantes y, simplemente, se deja arrastrar por la corriente, preguntándose si será así ahora como se debe educar sexualmente a los hijos, o piensan confusamente que no es así, pero no saben qué decir, no saben qué hacer.

La escuela repite lo que las escuelas de muchos lugares del mundo dicen, siguiendo “consejos” de organismos de las Naciones Unidas, convertidos en orientaciones y consignas en muchos sitios, utilizando manuales de educación sexual de grandes tiradas y poco costo. El mensaje que llega al adolescente puede resumirse así: hay que disfrutar, pero con cuidado.

La Iglesia no es escuchada por los sectores laicistas que tratan de acallar su voz y de mantenerla fuera de cualquier acción social. Esto es más agudo aún cuando no tiene la Iglesia sus propios medios de comunicación y el acceso a los que existen le está vedado.

Dada esta situación, ¿qué hacer? Esta es la pregunta que se hacían en la reunión antes citada quienes participaban de ella. No está la solución en imponer una disciplina, contrastante con el disfrute anunciado repetidamente en la escuela y en los medios de comunicación, apoyada en una enseñanza moralizante, prohibitiva, que niega lo que el adolescente está viendo y oyendo en su medio, diciendo simplemente que esto constituye un modo de actuar malo o erróneo. Ni la disciplina por sí misma, ni el discurso moralizante, pueden ser interiorizados, es decir, no se llega nunca a comprender el porqué del precepto o la prohibición, incluso cuando quien lo presenta tiene la capacidad para explicarlo. Recordemos las palabras del Papa Benedicto XVI repetidas en dos ocasiones recientes: “la Iglesia no debe presentarse ante el mundo como un no, sino presentar positivamente la belleza de la vida familiar, de la fe, del amor”. Este modo de enfocar la orientación del adolescente en una edad tan importante debe ser comprendido y empleado por la familia, por los profesionales que tienen que ver con muchachos y muchachas de esa edad, por los catequistas, por los sacerdotes, personas consagradas y diáconos que realizan tareas asiduas o eventuales en la formación de los adolescentes. Ojalá pudiera asociarse también a este modo de actuar la escuela, esto sería fuente de unidad interior para los más jóvenes. Pero al menos aquellos que, movidos por nuestras convicciones de fe cristiana sobre el hombre y la mujer y su papel respectivo en orden a la procreación, a la familia, al bien personal y social que se deriva de su actuación, deben conocer los aspectos positivos de la sexualidad que desbordan el disfrute o el placer. El sexo es uno de los factores esenciales en la vida del hombre y la mujer y una consideración banal del mismo sólo a partir del placer y lo que es peor, del “derecho al placer” por sí mismo, sin enmarcarlo en el ámbito amplio de la persona, de su psicología, de su proyección social, constituye un reduccionismo mucho más peligroso que todos los antiguos tabúes que intentaban proteger el misterio del sexo.

Los adolescentes y los jóvenes, y aún los niños, deben ser introducidos paso a paso por sus mayores en el ámbito hermoso y plenificante del amor. La educación sexual debe quedar englobada en una auténtica educación para el amor y supeditada a ella.

El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas en sentidos a veces disparatados y abusivos, dándole acepciones inaceptables en ocasiones. Siguiendo al Papa Benedicto XVI en su carta encíclica “Dios es amor” vemos como los antiguos griegos “dieron el nombre de “eros” al amor entre el hombre y la mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano… el cristianismo, según Nietzsche, había dado de beber al eros un veneno, el cual, aún cuando no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio”. Hay en esta afirmación un modo torcido de interpretar el pensamiento cristiano. Sigue diciendo más adelante el Papa: “el amor promete infinitud, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero al mismo tiempo se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluye también la renuncia, esto no es rechazar el eros, ni “envenenarlo” sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza… el eros, degradado en puro sexo, se convierte en mercancía, en simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún el hombre mismo se transforma en mercancía”. Esto es evidente en la sociedad de consumo.

La fe cristiana no ha rechazado el eros, ha exaltado más bien su grandeza, la belleza infinita del amor. El adolescente y el joven comprenden privilegiadamente el lenguaje del amor. Si los preceptos, prohibiciones, aprendizajes biológicos del sexo, pueden hastiar o ser rechazados o aceptados de manera inconsulta, porque no pueden interiorizarse en una síntesis personal, el amor sí puede ser captado en profundidad, sí puede estar en la base de un comportamiento menos instintivo, más humano. Amor y felicidad se llaman o reclaman uno al otro. En clave de amor puede comprenderse la abstinencia, el sacrificio, la espera en el camino hacia la madurez, para que el amor se haga sólido y fuerte. Sólo hablando en clave de amor podrá el joven o el adolescente llegar a comprender lo que es estar verdaderamente enamorado, para distinguir esto del placer fácil, inmediato, que sacia por un momento, pero no colma las ansias del corazón humano. Por este camino de una formación integral que construya internamente al joven o a la joven se harán ellos capaces de ser dueños de sí mismos y de llegar a saber cuándo aman de veras y descubrirán que el sexo sin amor entorpece la realización de la persona. Por ahí deben ir los esfuerzos de todos en la comunidad cristiana: sacerdotes, familias, diáconos, religiosos y religiosas, catequistas y cuantos tienen que ver con el desarrollo de los adolescentes. Debe ser un trabajo de todos, como de todos debe ser la preocupación para que el verdadero amor que lleva en sí un reflejo del amor de Dios por nosotros, se abra camino en el alma de los jóvenes y adolescentes que integran las comunidades católicas de la Arquidiócesis. Debe ser ésta una tarea comunitaria de la gran familia diocesana que acoge y acompaña a sus miembros más jóvenes.

Con mi bendición los animo a prepararse para ser capaces de responder a las inquietudes de los adolescentes y afianzarlos en el camino del amor verdadero.

+Cardenal Jaime Ortega Alamino
Arzobispo de La Habana