En México se recibe con los brazos abiertos al Papa cada vez que viene, pero algunos legisladores piden que se le haga ahora un “extrañamiento” diplomático por intromisión en asuntos internos.
México es un país de paradojas. Y como vivimos en ellas, no nos damos cuenta. En pocos países conviven edificios de lujo con casas de cartón y lámina; el segundo hombre más rico del mundo con millones que no saben siquiera lo que es un salario mínimo; una mayoría católica con minorías que la persiguen por su fe.
En este país de las paradojas, al calor del debate sobre la ley que permite el aborto a discresión en el Distrito Federal, se busca que el Arzobispo Primado de México no hable del tema; incluso se le abre proceso legal en contra, por decir lo evidente: que en el aborto se mata a una creaturita indefensa. Lo dice como mexicano, y también como jerarca de la Iglesia católica. No está promoviendo un partido político, no se está lanzando a elecciones. Se trata de una cuestión ética en la cual tiene no sólo la prerrogativa, sino la obligación de iluminar a sus fieles. Como tantos otros, él también puede expresar su opinión.
En México -país de paradojas- el pueblo recibe con los brazos abiertos al Papa cada vez que viene, pero algunos legisladores piden que se le haga ahora un “extrañamiento” diplomático por intromisión en nuestros asuntos internos. Lo curioso es que el Papa no precisamente acaba de inventar que el asesinato de un niño antes de nacer es inadmisible en México: sólo está repitiendo una doctrina universal que se tuvo muy clara ya desde los griegos hace unos 2,500 años, con Hipócrates, y que el cristianismo adoptó como principio coherente con la Fe en el siglo I d.C. Cuando no existían ni partidos políticos mexicanos, ni República independiente, ni Colonia, ni Imperio azteca, ni cultura maya, ni siquiera toltecas o zapotecas: era aún la decadencia olmeca, el período preclásico de Mesoamérica; apenas se erigía el templo de Teotihuacán…
En el País de las Paradojas pedimos tolerancia para todo el que quiera expresar una opinión, siempre que no sea católico. Oímos con atención los consejos de la Unión Europea pero rechazamos los del europeo Estado Vaticano. Somos mayoría pero dejamos que nos manipule una minoría. Pertenecemos a la Institución más sólida de la humanidad pero nos creemos hasta la menor acusación que se le endilga. Tenemos el tesoro de fe más profundo pero no aprendemos a explicarlo con razones a los demás.
Los católicos mexicanos tenemos mucho que decir sobre lo que sucede en nuestro propio país. Que no se nos discrimine por ser mayoría. Si nuestra opinión es falsa, que la desechen. Y si es verdadera, ¿por qué temen que se oiga?