El derecho, si es derecho, existe para defender la justicia. Por eso está por encima de cualquier ley elaborada por los seres humanos.
Una ley deja de ser legítima, deja de ser justa, va contra el derecho, si atenta contra dimensiones fundamentales de la existencia humana.
La aprobación del aborto es siempre un paso hacia atrás en la historia de un pueblo. Porque en el aborto los adultos actúan contra la vida de los hijos no nacidos. Porque entonces impiden que otros seres humanos, que ya existan, sean protegidos, sean amados, sean respetados.
En México, como en Portugal, los legisladores han dado un paso hacia atrás, han herido lo propio del derecho. Sus decisiones no quedarán sólo en las actas de historia, sino que serán interpretadas como un permiso para eliminar vidas inocentes.
Cuando en Europa y en tantos lugares del mundo se defiende una moratoria internacional de la pena de muerte, resulta un contrasentido que haya sido legalizado el aborto. La vida de un hijo no nacido vale igual que la vida de un condenado por los tribunales. Defender al segundo y dejar impune el crimen del primero aumenta enormemente la injusticia en un mundo ya lleno de desigualdades y abusos.
Las mujeres pueden hacer mucho para detener la permisión del aborto. Porque son ellas las que, en sus entrañas, acogen cada nueva vida humana. Apoyarlas en su vocación a la maternidad, y no darles certificados fáciles para el aborto, será un signo de progreso, de justicia y de feminismo verdadero.