Ojalá que descubramos con alegría, el rostro de Cristo en cada integrante de la familia, de la comunidad, de la Iglesia y de la sociedad.
Recientemente, me llego por correo electrónico el siguiente texto: “Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío. Los puercoespines, percibieron esta situación y acordaron vivir en grupo; así se daban abrigo y se protegían mutuamente. Pero las espinas de cada uno herían a los vecinos más próximos, justamente a aquellos que les brindaban calor, y por eso se separaron unos de otros. Pero volvieron a sentir frío y tuvieron que tomar una decisión, o desaparecían de la faz de la tierra o aceptaban las espinas de sus vecinos. Decidieron entonces, volver a vivir juntos. Aprendieron así a vivir con las pequeñas heridas que una relación muy cercana podía ocasionar, porque lo que realmente era importante era el calor del otro y…¡¡¡Sobrevivieron!!!”
Esta, pudiera parecer una reflexión melosa, basada en los Erethizon dorsatum (puerco espín), habitantes de las regiones cálidas de Asia y África, pero que también se encuentran en Norteamérica, desde el sur de Alaska, hasta el norte de México. Sin embargo, si recordamos las palabras del Apóstol San Pablo, veremos que dicha reflexión no está errada: “Sean humildes, amables, pacientes y sopórtense unos a otros con amor” (Efe 4,2) En el año 62, ¿qué vería San Pablo en el pueblo de Efeso, para escribirles así? Y Si nos viera a nosotros, a cerca de dos mil años, ¿qué escribiría?… Mejor sigamos.
Si echamos un vistazo a las primeras comunidades cristianas, veremos la forma de vida que las mismas tenían. Después de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en Pentecostés, “Acudían continuamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones… Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían… acudían diariamente al templo con mucho entusiasmo y con un mismo espíritu… (Cfr Hech 2,42-47) El Evangelista San Lucas -es quien escribe Hechos de los Apóstoles-, nos describe a las primeras comunidades cristianas, que nacen en casas de algunos creyentes. De lo más característico de la conversión de los primeros cristianos, era la convivencia fraterna que tenían unos con otros, pues hasta se decía que gozaban de la simpatía del todo el pueblo (Cfr Hech 2,47) En otro momento afirman, ¡miren cómo se aman!
Con el paso del tiempo, surgieron dificultades en las comunidades e iglesias particulares, y es así como San Pablo exhorta en múltiples ocasiones con sus cartas, a vivir en un mismo espíritu y mismo sentir, y a estimar a los otros como más dignos que nosotros mismos (Cfr Fil 2,1-4; Rom 12,9-10) Además “No devuelvan a nadie mal por mal, procuren ganarse el aprecio de todos los hombres. Hagan todo lo posible, en cuanto a ustedes dependa, para vivir en paz con todos” (Rom 12,17-18) y “… tengan buen trato con todos” (Cfr Fil 4,5)
Tarea por demás cuesta arriba, para las comunidades de nuestro tiempo, pues a todos nos es fácil vivir cristianamente, con aquellos que nos caen bien y nos agradan, con los que nos quieren y elogian, con los que llevamos la “fiesta en paz”, con los que no nos cuestionan nuestro mal actuar o proceder, con los que nos dejan “vivir nuestra vida” por mediocre ésta que sea. Queridos hermanos, ojalá que los glaciales de la vida cotidiana, no enfríen o apaguen el Espíritu que en nosotros vive; ojalá que dejemos de “erizarnos“ por los logros o fracasos de otros; ojalá que descubramos con alegría, el rostro de Cristo en cada integrante de la familia, de la comunidad, de la Iglesia y de la sociedad; ojalá que entreguemos nuestra pequeñez a la fuerza del Espíritu Santo, para ser fieles a la vocación que cada uno ha recibido (Efe 4,11-12) Que por intercesión de María Santísima, así sea.