"Me dijeron que me tenía que casar con la muerte… y no tenía miedo. Ahora que me he casado con la Vida… ¿cómo voy a tener miedo?
En pleno encuentro de Evangelización Siempre uno de los asistentes, al hablar del temor que nos paraliza tantas veces, dijo así:
“Cuando ingresé a la policía me dijeron que me tenía que casar con la muerte; ¡y yo no tenía miedo a la muerte!. Ahora que me he casado con la “Vida”, porque he encontrado a Cristo, ¿cómo voy a tener miedo?”.
No hay duda que en nuestro tiempo vivimos del miedo y que incluso de él provienen muchos de los quinientos millones de casos de depresión que hay actualmente en el mundo.
Miedo a la enfermedad y a la muerte.
Miedo al asalto, al secuestro, al robo.
Miedo a la traición de los amigos, de los compañeros de la empresa.
Miedo de no encontrar trabajo, de ser despedido, de que no acepten a los otros miembros de la familia en el negocio.
Miedo al qué dirán. Mucho miedo al qué dirán.
Qué bien cayeron en el mundo las tan repetidas palabras de Juan Pablo II, desde el comienzo de su pontificado: “¡No tengan miedo!, ¡abran las puertas al Redentor!”.
Cuentan que un buen día un sacerdote felicitó al Papa diciéndole: “Gracias Santo Padre. Sus palabras de “no tengan miedo” nos han hecho mucho bien”.
Y el Papa contestó con sencillez: “No son palabras mías, son del Evangelio”.
Así es en verdad: “No temas Zacarías”, “No temas María”, “No teman, soy yo”. Y, sobre todo las palabras de Jesús antes de ir a la cruz: “no tengan miedo, yo he vencido al mundo”.
La victoria de Jesús debe acabar con todos nuestros temores si es que verdaderamente Él es el primero en nuestro corazón.
Con razón este buen policía podía repetir que desde que se desposó con la vida, y la vida es Cristo, no tiene por qué tener miedo.
Hace poco leía una frase que quiero compartirles, porque a mí me dio mucha luz:
“No le digas a Dios cuán grande es tu problema dile a tu problema cuán grande es Dios”.
Pienso que muchas veces perdemos el tiempo en los ratos de meditación y reflexión contándole a Dios tantas cosas difíciles que nos suceden; a cada uno, a la familia, al grupo. Incluso a la patria y a la humanidad.
¿No sería mucho más lógico que, si creemos de verdad lo que decimos en el Credo que Dios es Padre todopoderoso, los problemas quedarían diluidos como las estrellas cuando sale el sol por la mañana?
Te invito a hacer este ejercicio importante de fe que pide la Biblia: “deja tus pensamientos en el Señor”.
Sí. Deja tus preocupaciones, tanto las buenas como las malas en manos de tu Señor con quien te desposaste en el momento del bautismo.
Deja todo en Él que es tu Padre, tu Dios y tu Amigo y repite con el salmo: “Soy tuyo, sálvame”.
Creo que deberíamos pensar que a Dios no le importan nuestros problemas. Lo que le importan son sus hijos. Tú y yo.
Posiblemente hayas pensado que parte de ti son tus problemas. ¡No tanto! Pero de todas maneras el papá ve al hijo en su integridad y no por partes y menos todavía se puede pensar que quien cuida los pajaritos del cielo dándoles de comer, se olvide de los detalles que necesita su hijo para crecer y ser feliz.
En el fondo de todas las situaciones procuremos meditar en lo fundamental y no quedarnos en los detalles que tantas veces nos enredan e incluso a veces nos hacen perder la paz.
Si hemos escogido la Vida y el Dios de la vida no falla, ¿Por qué preocuparnos de la muerte, si hemos escogido la vida y el Dios de la vida no falla?