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¿Deben los poderes públicos favorecer especialmente a la familia?

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Las responsabilidades familiares y la fecundidad aportan motivación añadida al trabajo profesional y riqueza al tejido socio-económico de un país.

 

Seguro que estamos de acuerdo en que la familia tiene una intrínseca dimensión social y que las personas que contraen matrimonio necesitan el reconocimiento y la protección de la sociedad, ya que la familia es la primera y más básica expresión de las relaciones humanas, germen de cualquier sociedad digna de calificarse como humana.

La familia es donde todo hombre establece su primera relación con el mundo y los demás. En la familia es alimentado, vestido, cuidado. Mundo y familia se identifican en el niño y si la familia le ofrece amor y atenciones, considerará el mundo un lugar positivo y acogedor; adoptará ante ese mundo una actitud abierta y constructiva que beneficiará a toda la comunidad.

Las relaciones humanas más esenciales se establecen y desarrollan en la familia, que es claramente el centro afectivo de la persona: el amor de pareja, la paternidad, la maternidad, la filiación y la fraternidad. De ahí que la indisolubilidad, la unidad y la fecundidad matrimoniales son bienes para la familia y para toda la sociedad.

En la familia, por su propia naturaleza, se produce el desarrollo personal en un marco de responsabilidad y solidaridad, pues las relaciones familiares son –luchamos todos porque sean- esencialmente relaciones de amor. Por eso es fuente de humanización y mejora. Vemos claro que la civilización del amor, de los valores que muchos ven como una utopía, empieza en la familia.

Las responsabilidades familiares –necesidad de sacar una familia adelante- y la fecundidad aportan motivación añadida al trabajo profesional y riqueza al tejido socio-económico de un país.

Además, y es más básico de lo que nos puede parecer a primera vista, la familia nos arraiga en una dimensión territorial y cultural, muy importantes para el desarrollo individual y colectivo.

Podríamos seguir, pero con lo dicho y el sentido común, parece evidentísimo que los gobernantes, sean sus responsabilidades globales o locales, han de poner un esfuerzo todavía mayor en facilitar el equilibrado desarrollo y atender las necesidades, no sólo económicas, de la forma de organización humana más nuclear e imprescindible que tenemos. En algunos países ya hace años que han mejorado muchísimo en esta sensibilidad, porque en el fondo es como cuidar de la propia salud.