En la Iglesia, lo mismo que en cada uno a nivel personal, debe haber espacios dedicados directamente al trabajo apostólico. Pero también es necesario la comunicación con Dios directa y esto lo hacen los monasterios de vida contemplativa.
Leemos en el Evangelio que, yendo de camino, Jesús entró en un pueblo y la dueña de la casa llamada Marta lo recibió con mucha ilusión y se puso a preparar un buen almuerzo. ¡Sin duda que no sólo para Jesús sino para toda la comitiva que lo acompañaba!
Marta se dedicó, con mucho amor, a preparar las cosas para el banquete.
San Lucas que lo cuenta nos dice que esta señora tenía una hermana, se llamaba María, y ésta a penas pudo se postró a las plantas de Jesús para que le hablara de las cosas del Reino.
Jesús hablaba y María escuchaba sin preocuparse ni poco ni mucho de lo que pudiera pasar en la cocina.
Una de las veces en que Marta pasó junto a Jesús, un tanto nerviosa, porque necesitaba manos en el trabajo, le dijo al Maestro:
"¿Señor, no te importa que mi hermana me deje sola para servir? Dile que me ayude".
Pero Jesús en vez de hacerle caso le contestó:
"Marta, Marta, andas inquieta con muchas cosas cuando en realidad una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará".
Sabemos que en la Iglesia hay un grupo de personas, hombres y mujeres, que viven dedicados a la contemplación y normalmente no salen de sus monasterios.
Sabemos también que hay otros que se dedican plenamente a ayudar al prójimo en hospitales, orfanatos, colegios o directamente prestan un servicio pastoral en las parroquias.
Todo es bueno y toda comparación es mala. No es raro encontrar a algunos que dicen:
– "Las monjas de clausura no sirven para nada. ¿Qué hacen ahí todo el día perdiendo el tiempo en rezos y oraciones? Hay mucha gente pobre a la que atender."
Es claro que quien no entiende en profundidad el cristianismo puede pensar que sólo la actividad salva a la humanidad. Pero no es esto lo que enseñó Jesús ni lo que los últimos papas nos repiten frecuentemente.
Hoy más que nunca sabemos que la actividad desgasta demasiado y que no basta dedicarse sólo a hacer cosas. Juan Pablo II nos decía:
"El nuestro es un tiempo de continuo movimiento que a menudo desemboca en el activismo con el riesgo fácil de hacer por hacer. Tenemos que resistir a esta tentación buscando 'ser' antes que 'hacer'".
Es cierto que la actividad, es decir, trabajar por el prójimo es importante y que precisamente en el juicio final Dios nos juzgará por lo que hayamos hecho al prójimo.
Es cierto también que la Iglesia necesita la actividad social de los movimientos apostólicos y de los religiosos. Precisamente, hablando el concilio de estos últimos, dice:
"La acción apostólica y benéfica pertenece a la naturaleza misma de la vida religiosa, ya que el sagrado ministerio y la obra propia de la caridad les han sido encomendadas por la Iglesia y deben cumplirse en su nombre".
Así es, en efecto. En la Iglesia, lo mismo que en cada uno a nivel personal, debe haber espacios dedicados directamente al trabajo apostólico. Pero también es necesario la comunicación con Dios directa y esto lo hacen los monasterios de vida contemplativa.
Ellos son el pulmón de la Iglesia. El mismo Vaticano II nos advierte:
"Los institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros se dedican sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia, mantienen siempre un puesto evidente en el cuerpo místico de Cristo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo".
Como vemos oración y acción bien combinadas son indispensables en la Iglesia de Jesús y todos y cada uno de los cristianos debemos tenerlo en cuenta sin meternos a criticar a los demás.
En fin de cuentas, si Jesús dijo que María escogió la mejor parte. a la hora del almuerzo ni él ni los suyos hubieran comido sin el trabajo de Marta.
Aprendamos que en la Iglesia todos somos necesarios y que en nuestra vida personal debemos trabajar para el Señor y también orar para conocerlo mejor cada día.