El tiempo corre sin remedio. Deja atrás un pasado inmodificable, avanza hacia un futuro que se construye paso a paso.
Cada hora, en cada decisión, queda escrita nuestra historia. Con momentos magníficos, alegres, enamorados; con momentos amargos, tristes, vacíos de amor. La vida avanza, con sus misterios, con sus esperanzas, con sus miedos, con sus rosas.
Dios me concede un nuevo día en mi caminar humano. Con el peso del pasado, con las limitaciones de una personalidad ya fraguada, con los dolores del cuerpo y del espíritu.
Personas y cosas me rodean, rostros amigos y manos desconocidas llegan a mi puerta. Me pedirán una sonrisa, una ayuda, un poco de mi tiempo y de mi vida.
¿Qué es la vida? ¿Por qué en ella tanto dolor, tanto misterio? Tal vez necesito extirpar angustias para aprender a abrir los ojos asombrados, como un niño que juega en la playa. Será posible, entonces,reconocer que el amor lo explica todo, que la belleza juega con las olas, que las manos de una madre y de un padre son hermosas porque acompañan mis saltos alegres o mis pasos vacilantes.
Sigo en camino. El sol calienta paredes y jardines, llena de color un mundo que amaneció entre brumas. Los jilgueros y los mirlos tejen sus cantos confiados, mientras las golondrinas trazan formas de capricho ante unas nubes que se visten de princesas.
Es hermoso, sí, vivir con ojos enamorados, con la sencillez del niño que se sabe protegido, amado, suavemente vigilado por quienes lo cuidan con ternura. Es bello descubrir, como dice el poeta, “entre las sombras la luz”. Es bello no dejarnos cegar por el mal, porque recordamos siempre “que existes Tú”.
De tu mano caminamos, cada día, hacia la Casa. Ahora te tenemos, siempre que queramos, en el abrazo de la Eucaristía. Algún día, quizá muy pronto, nos veremos cara a cara. Entonces lo bello y lo bueno brillarán, para siempre, en un amor hermoso que empezó en la tierra. Un amor que guía los pasos de tus hijos: caminantes de la vida, buscadores de esperanzas, obreros que luchan sin cansancio por tu Reino de justicia verdadera.
P. Fernando Pascual (España)